martes, 10 de noviembre de 2015

06 NOVIEMBRE 2015

Viernes, 6 de noviembre de 2.015
[San Alejandro Sauli, San Demetrio de Chipre, San Esteban de Apt, San Félix de Toniza, San Iltuto de Gales, San Leonardo de Noblac, San Melanio de Rennes, San Nuño Alvares Pereira, San Pablo de Constantinopla, San Protasio de Lausanne, San Severo, San Teobaldo de Le Dorat, San Winoco de Taruanense]




1986Se destapa el llamado escándalo Irangate: la prensa estadounidense denuncia que el presidente Reagan autorizó el suministro de armas a Irán.
1982Dimisión de Santiago Carrillo como secretario general del PCE.
1973Entra en vigor en España la obligatoriedad de los automovilistas de someterse a la prueba de alcoholemia.
1955Mohamed V regresa al trono de Marruecos tras volver del exilio.
1520Fernando de Magallanes llega al estrecho que hoy lleva su nombre.
[Fuente: efemerides.net]


¡Oh Dios!¡Oh Dios!

Dije hace poco que no volvería a pasar, y HA PASADO.

He vuelto a retrasarme en la publicación de la entrada semanal. Así que de nuevo os pido disculpas y reitero la promesa de que no volverá a pasar...

Las palabras de esta semana son:

ALERONES
PEZ
COMPETENCIA
ESPECTADOR
OBSTÁCULO

¡¡¡A por ellas!!!

5 comentarios:

  1. EL PEZ QUE TE TRAERÁ SUERTE
    Un hombre maduro, realmente atractivo, contempla por la ventanilla el tosco movimiento de los alerones al iniciar el despegue, mientras afloja con desasosiego el nudo de la corbata. Es una prenda de seda natural teñida a mano, chillona y carísima, que ahora le aprieta como la soga más basta y vulgar.
    La eligió una mujer. Esa misma mañana. Una mujer de ojos turbios y piel de nácar que la noche anterior le había prometido el cielo. Y por todos los dioses, lo había cumplido. Tarifa aparte, se merecía un regalo. En la boutique del hotel, con un bolso aún más caro que ella colgando del brazo, la chica jugueteó con una corbata que lucía un enorme pez naranja sobre fondo marino, y la colocó, caprichosa, alrededor de su cuello. “Es un xifo” le dijo. “Póntelo. Te traerá suerte”. El hombre se sentía invencible, todopoderoso. El amo del mundo. Y decidió que aquella horterada de precio obsceno sería una demostración de poder, una excentricidad jactanciosa y chulesca. Irresistible.
    Abandonó a su ninfa en el hall y, con aquella cosa colgando del cuello, fanfarroneó junto a su equipo mientras el chofer les conducía hasta el edificio donde se firmaría el contrato del año. Del siglo. La venta que se formalizaría a continuación catapultaría su carrera hacia la cima, al estrellato. Lo tenía todo controlado. Anoche visitó el Paraíso. En unas horas se instalaría en él.
    Resultó que el dueño del dinero tenía una fobia patológica a los peces. Diagnosticado y tratado por diferentes psiquiatras. Un problema conocido por gran parte del mundo empresarial y que él había pasado por alto: simplemente no lo sabía. Todo fue un desastre, un despropósito. Les invitaron con efusión a abandonar el edificio y les acompañaron a la puerta mientras una joven que sonreía con ojos turbios secaba con sus manos de nácar el sudor frío del ictiofóbico. Ahora la competencia estaba bañándose en champagne, su equipo le miraba con odio y su jefe, aquel que debería haber sido en unos momentos el colega del despacho de al lado, le esperaba paciente afilando un hacha para cortarle aquello que había usado para elegir la corbata. Un xifo. Te traerá suerte. Hija de mil rameras. Él, un tiburón de las ventas, se había convertido en un pez inmundo que moría de hambre entre sus propias heces cuando los niños se olvidaban de darle de comer.
    Patético.
    Aturdido, sobrepasado, sin posibilidad siquiera de emborracharse, decide caminar hasta el baño, sorteando furioso piernas y brazos que invaden el pasillo, obstáculos indolentes a su avance, a su carrera, a su vida convertida en polvo. En lodo. En nada. Un salmón que remonta la corriente para desovar. Y morir.
    El lavabo está ocupado. La cabeza le pesa, le arrastra y le hunde. Le fallan las piernas, un dolor agudo se gesta en su pecho, y cae, boqueando como un pez fuera del agua, en un asiento de la última fila. Estoy jodido, se dice. Realmente jodido.
    Junto a él, un joven taciturno se sobresalta al oírle resoplar, y ambos se miran. El joven percibe la ostentosa corbata como un grito y frunce el ceño, en un gesto de rechazo tan involuntario como evidente. Instintivo. Y así, sin más, el hombre y el joven ríen de forma estúpida, una especie de compulsión nerviosa que se filtra entre los dientes y crece hasta la carcajada, liberadora.
    El joven pregunta ¿Un mal día? Terrible, responde el hombre. El joven asiente. No será peor que el suyo. Acaba de arruinar un negocio regateando demasiado a la baja la compra de cierto material, escaso, difícil de obtener, y no ha habido acuerdo. Era su gran oportunidad y ahora su cabeza pende de un hilo. El hombre siente un chispazo ¿qué clase de material? El joven habla y el hombre siente calor. Sí. Es su producto. Es su negocio. Es su terreno. “Tengo lo que necesitas”, dice el hombre. El joven se interesa, pero mira con recelo la repelente corbata. El hombre sonríe, y se la arranca del cuello. “Toma” le dice, bravucón, a una sorprendida azafata “Es un xifo. Te traerá suerte”.

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  2. EL PEZ QUE TE TRAERÁ SUERTE 2.0
    Un hombre maduro, realmente atractivo, contempla por la ventanilla el tosco movimiento de los alerones al iniciar el despegue, mientras afloja con desasosiego el nudo de la corbata. Es una prenda de seda natural teñida a mano, chillona y carísima, que ahora le aprieta como la soga más basta y vulgar.
    La eligió una mujer. Esa misma mañana. Una mujer de ojos turbios y piel de nácar que la noche anterior le había prometido el cielo. Y por todos los dioses, lo había cumplido. Tarifa aparte, se merecía un regalo. En la boutique del hotel, con un bolso aún más caro que ella colgando del brazo, la chica jugueteó con una corbata que lucía un enorme pez naranja sobre fondo marino, y la colocó, caprichosa, alrededor de su cuello. “Es un xifo” le dijo. “Póntelo. Te traerá suerte”. El hombre se sentía invencible, todopoderoso. El amo del mundo. Y decidió que aquella horterada de precio obsceno sería una demostración de poder, una excentricidad jactanciosa y chulesca. Irresistible.
    Abandonó a su ninfa en el hall y, con aquella cosa colgando del cuello, fanfarroneó junto a su equipo mientras el chofer les conducía hasta el edificio donde se firmaría el contrato del año. Del siglo. La venta que se formalizaría a continuación catapultaría su carrera hacia la cima, al estrellato. Lo tenía todo controlado. Anoche visitó el Paraíso. En unas horas se instalaría en él.
    Resultó que el dueño del dinero tenía una fobia patológica a los peces. Diagnosticado y tratado por diferentes psiquiatras. Un problema conocido por gran parte del mundo empresarial y que él había pasado por alto: simplemente no lo sabía. Todo fue un desastre, un despropósito. Les invitaron con efusión a abandonar el edificio y les acompañaron a la puerta mientras una joven que sonreía con ojos turbios secaba con sus manos de nácar el sudor frío del ictiofóbico. Ahora la competencia estaba bañándose en champagne, su equipo le miraba con odio y su jefe, aquel que debería haber sido en unos momentos el colega del despacho de al lado, le esperaba paciente afilando un hacha para cortarle aquello que había usado para elegir la corbata. Un xifo. Te traerá suerte. Hija de mil rameras. Él, un tiburón de las ventas, se había convertido en un pez inmundo que moría de hambre entre sus propias heces cuando los niños se olvidaban de darle de comer.
    Patético.
    Espectador forzoso de unos recuerdos que muerden y queman, decide huir de si mismo hacia el baño, sorteando, febril, piernas y brazos que invaden el pasillo, obstáculos indolentes a su avance, a su carrera, a su vida convertida en polvo. En lodo. En nada. Un salmón que remonta la corriente para desovar. Y morir.
    El lavabo está ocupado. La cabeza le pesa, le arrastra y le hunde. Le fallan las piernas, un dolor agudo se gesta en su pecho, y cae, boqueando como un pez fuera del agua, en un asiento de la última fila. Estoy jodido, se dice. Realmente jodido.
    Junto a él, un joven taciturno se sobresalta al oírle resoplar, y ambos se miran. El joven percibe la ostentosa corbata como un grito y frunce el ceño, en un gesto de rechazo tan involuntario como evidente. Instintivo. Y así, sin más, el hombre y el joven ríen de forma estúpida, una especie de compulsión nerviosa que se filtra entre los dientes y crece hasta la carcajada, liberadora.
    El joven pregunta ¿Un mal día? Terrible, responde el hombre. El joven asiente. No será peor que el suyo. Acaba de arruinar un negocio regateando demasiado a la baja la compra de cierto material, escaso, difícil de obtener, y no ha habido acuerdo. Era su gran oportunidad y ahora su cabeza pende de un hilo. El hombre siente un chispazo ¿qué clase de material? El joven habla y el hombre siente calor. Sí. Es su producto. Es su negocio. Es su terreno. “Tengo lo que necesitas”, dice el hombre. El joven se interesa, pero mira con recelo la repelente corbata. El hombre sonríe, y se la arranca del cuello. “Toma” le dice, bravucón, a una sorprendida azafata “Es un xifo. Te traerá suerte”.

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    1. Uy, ya pensaba que ella había sido contratada por la competencia y se la había "colado".
      Cosas más raras se ven en las altas esferas empresariales :-O

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  3. Hola Jorge! La primera versión de "El pez..." no cumple las normas, está descalificada. La versión 2.0 sí las cumple.
    (Ya sé, ya sé que no es la primera vez - ver "Jugar con fuego"- pero hoy me he dado cuenta a tiempo. Como dijo el poeta: lo que es, es)
    Abrazos!

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    1. Gracias Jara... Es cierto que falta la palabra ESPECTADOR... Al principio era más estricto revisando las normas, ahora me leo los Cuentos disfrutando más del contenido :-) ... Gracias de nuevo por tus colaboraciones.

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