viernes, 30 de agosto de 2013

30 AGOSTO 2013

Viernes, 30 de Agosto del 2013




1999Pryca y Continente, filiales de los grupos franceses Carrefour y Promodés, se fusionan.
1993El rey Hassan II de Marruecos inaugura en Casablanca la Gran Mezquita que lleva su nombre, la mayor después de la de La Meca.
1991Azerbaiyán alcanza la independencia.
1928Turquía acuerda adoptar el alfabeto latino y abandonar el árabe.
1923Un dólar estadounidense se cambia por 10 millones de marcos alemanes.
1918Lenin sufre un atentado que le paraliza el lado izquierdo del cuerpo.
1879Thomas A. Edison presenta su primer aparato telefónico, que superó el antiguo sistema de Felipe Heiss, perfeccionado por Antonio Meucci (aunque Bell se apropió el logro).
1874Reino Unido establece la jornada laboral máxima en 10 horas diarias y prohíbe el trabajo a los menores de 9 años.
1857Inauguración de la primera línea ferroviaria en la República Argentina.
1483Los Reyes Católicos reconocen y amplían la Universidad de Mallorca .

Se acabó lo que se daba... Casi todo el mundo ya está volviendo de sus vacaciones y lo que durante casi dos meses había sido una pista de carreras vuelve a convertirse en el atasco matutino.

¡¡¡Positivismo!!! Mejor tener atascos pues así tenemos más tiempo para pensar en nuestros cuentos casuales.

Cinco nuevas palabras para esta semana:

CAPITÁN
TOSTAR
CORNEAR
GALERÍA DE ARTE
CARTEL

Y como siempre, los refranes mantienen siempre la sabiduría popular: "Quien carece de talento, echa siempre el mismo cuento" y como vuestro talento es grande, no hemos repetido el mismo cuento nunca.
¡¡Adelante mis muchachos!!

5 comentarios:

  1. CAMBIO DE CARTEL

    Seis en punto de la tarde. Agosto en Las Ventas. Hace un calor insufrible.
    No hemos iniciado aún el paseíllo cuando me llega el murmullo del crítico tendido del siete. Llevan casi una hora tostándose al sol estival de Madrid y el cambio de cartel de última hora de El Juli por un novato novillero no ayuda.
    Pero ahí estoy yo, empapado en sudor, mezcla del sofocante calor y la tensión del momento. Los clarines y timbales empiezan a sonar y ante la voz de “¡Vamos maestro!” comenzamos el paseíllo. A mi lado Morante de la Puebla y Talavante me darán la alternativa.
    Los dos matadores consagrados hacen sus faenas. Morante, como jefe de lidia, domina la situación y como un capitán dirige las piezas sobre el ruedo. Sin complicaciones, pasan los dos primeros toros, pitos para el primero de Morante y petición de oreja para el segundo de la tarde que Talavante lidió con mucho temple.
    Se acerca mi momento. Las mulillas enfilan los chiqueros arrastrando al segundo de Torrestrella. Los monosabios terminan de alisar el albero. En toriles, el tercero, “Rayosol”, está destinado a mi triunfo o a mi desgracia.
    Se abre la puerta de toriles y aparece, negro girón bragado, frío de salida lo que provoca el murmullo del público y los pitos del famoso tendido siete.
    Los nervios desaparecen de repente, la adrenalina alcanza concentraciones casi imposibles en mi torrente sanguíneo. Y después de las suertes de varas y banderillas comienzo mi faena. Los olés del público me incitan a seguir. Comienzo por doblones por bajo y un cambio de mano extraordinario. Me atrevo con los redondos de comienzo. Consigo enlazar una serie buena con otra mejor. Ejecuto un par de molinetes para quedarme colocado y ligar otra nueva serie. Desplanto al morlaco y la ovación del público me incita a comenzar a torear al natural. Realizo tres pases, uno muy ligado, tan ajustado que el toro está a punto de cornearme. Todo es estética, plasticidad, enjundia y ganas. La faena estaba quedando digna de mostrarse en las mejores galerías de arte. El público gritaba “¡indulto, indulto!” porque Rayosol había demostrado con creces su bravura, casta y nobleza, pero había escuchado ya los dos avisos y tenía que entrar a matar. Todos pedían el indulto entre barreras, incluido el ganadero y el maldito tendido del siete, pero lamentablemente el presidente no lo concedió. Estocada, descabello y dos orejas y la puerta grande asegurada. Vuelta al ruedo para el toro mientras el público era un clamor y yo susurraba:

    “Gracias amigo, compañero, por hacerme triunfar en Madrid.”

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  2. Soy el Capitán
    “Toro o Torero”. Llevar la reunión por mi camino establecido y estudiado. Es como una partida de ajedrez. El foro es numeroso, estaremos presentes unas diez personas, de los cuales solo una es mi rival, mi contrincante. Será a muerte. O salgo por la puerta grande, o ahí me quedo, corneado y solo.
    Con estos pensamientos me acosté. Con la tranquilidad del trabajo realizado, de saber que tengo la razón, y con la adrenalina a tope, porque se acerca el combate final, después de tanta estrategia, y tanto trabajo. Llega el momento clave.
    Como siempre que me encuentro en esta situación, soy incapaz de desayunar. Al entrar en la cocina ver el pan tostado en el plato y el zumo de naranja, lo único que soy capaz de tomar es café. Así lo hago, vierto el café en mi taza de viaje y al coche me dirijo sin decir palabra.
    Me conoce demasiado bien para esperar zalamerías esta mañana, sube en el asiento del copiloto, para ir a la galería de arte donde trabaja. Todas las mañanas soy el encargado de llevarla a su trabajo. Me da un beso y me acaricia el rostro. Así nos despedimos esa mañana.
    -- Llámame luego Capitán.
    Lanzo una pequeñísima sonrisa, y sigo mi camino.
    Sin darme cuenta estoy llegando al lugar de la reunión, edificio central, última planta. Despacho Principal, impone desde que estas en la puerta. Nada más entrar me dirijo al ascensor, al lado la televisión con los carteles digitales mostrando las últimas campañas de publicidad. Una era mía, todavía recordaba la sensación cuando ganamos aquella batalla.
    Con ese pensamiento entré en la sala, optimista sabiendo que el producto es bueno, y cómo lo íbamos a vender mejor.

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  3. COMO UNA GALERIA DE ARTE (primera parte)

    Con cierto reparo introdujo la pesada llave en la cerradura. La lluvia fina y el cielo gris casaban perfectamente con su estado de ánimo. Que su amiga Cristina hubiera tenido un problema de última hora había sido un contratiempo inesperado. Su insistencia, sus miles de argumentos, y el convencimiento de que la iba a acompañar habían vencido su resistencia y ahora estaba aquí, sola, empapada y con el corazón latiendo al mismo ritmo que las gotas que caían del canalón y golpeaban con fuerza sobre el cemento desconchado del suelo.

    Ella no quería. ¿Por qué se dejó convencer? Habría podido dar la vuelta cuando Cristina la llamó, pero por algún extraño impulso, justo cuando el revisor hizo ademán de levantar la bandera para indicar que el tren podía arrancar, saltó dentro del vagón.

    No había tren de vuelta hasta por la tarde, y el pueblo en esa fría mañana de invierno no presentaba alternativas para pasar el tiempo. Las dos o tres personas que se habían bajado en la misma estación desaparecieron de inmediato en los coches que habían venido a buscarles. Mientras recorría la desierta calle principal, se percató de que la mayoría de las tiendas estaban cerradas a cal y canto. Sólo un par de establecimientos de alimentación en los que se aburrían los propietarios y una pequeña tasca oscura permanecían abiertos cuando la horda de turistas volvía a sus casas. Se sintió realmente sola.

    No había nada mejor que hacer, así que siguió las instrucciones que llevaba escritas en un papel que amenazaba con deshacerse por la lluvia, hasta que llegó a donde se encontraba ahora, delante de una vieja puerta verde, luchando con una cerradura oxidada, anhelando y a la vez temiendo que se abriera.

    Finalmente cedió. Susana inspiró profundamente y empujó la puerta que, con una ligera resistencia, se deslizó con un chirrido sobre el polvoriento suelo de madera hinchado por la humedad. Apenas alcanzaba a ver el interior de la casa con la escasa luz que entraba por la puerta. Tenía que haber algún interruptor. Lo encontró, pero por supuesto no funcionaba. Seguramente habían cortado la luz hacía mucho tiempo. Habían pasado ya cinco años desde la muerte de la tía Susi y nadie había tenido el menor interés en pasarse por su vieja casa. Ahora que se había repartido la herencia y le había caído en suerte, tenía que hacer algo con ella. Eran mucho los impuestos a pagar, no estaba cerca de su trabajo y no se podía permitir tener una segunda residencia. Habría que ver si había algo en el mobiliario que fuera aprovechable y después ponerla a la venta.

    Pese a compartir nombre, Susana no había tratado mucho a la tía Susi y tampoco sabía mucho de su vida. Era la hermana soltera de su abuela. La recordaba como una anciana bajita, seca, muy arrugada, que se pintaba los labios muy rojos y de la que sospechaba que habría pasado su vida entre gatos y tapetes de ganchillo.

    Definitivamente no había luz. No sin esfuerzo consiguió subir las persianas del salón. No es que el día acompañase. Efectivamente, lo que esperaba. Un tresillo verde, una vieja tele de las gordas, un mueble lleno de figuritas y recuerdos. Nada aprovechable. Sintió un poco de pena. Parecía que la tía Susi había llevado una vida solitaria, triste y aburrida.

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  4. COMO UNA GALERIA DE ARTE (segunda parte)

    A la derecha del salón una cocina con muebles horribles, un pasillito y el baño, también anticuado. Al fondo la habitación. Subió la persiana. Una cama con una colcha rosa y un armario. Lo abrió y lo que esperaba, ropa oscura, zapatos bajos negros y marrones. Nada que le pudiera interesar. Definitivamente, salvo por los labios rojos, la vida de la tía Susi parecía que había tenido poco color. Sólo quedaba una puerta por abrir. Le habían dicho que sólo había un baño y ya lo había visto. ¿Un vestidor? Había bastante ropa para lo que suele utilizar una señora mayor en el armario. Accionó la manilla. Cerrado. ¿Cerrado? ¿Qué podía haber tras esa puerta? De pronto recordó que le habían dado tres llaves: la de la puerta, la del buzón y una tercera que el albacea no sabía a qué correspondía. Probó con ella y efectivamente, la puerta se abrió. Era un pequeño cubículo sin ventana. Con la poca luz de la ventana de la habitación no conseguía ver qué había dentro. Un relámpago iluminó la estancia. Creyó vislumbrar una figura humana dentro, el trueno inmediato le hizo gritar y salir corriendo hacia la puerta de la calle. Qué tontería. No podía haber nadie. Rebuscó en los cajones de la cocina hasta que encontró un par de velas y las cerillas correspondientes. Le costó un poco pero consiguió encenderlas. Un relámpago más. Un, dos, tres segundos. La tormenta se iba alejando. Despacio, pero resuelta se acercó al vestidor y a la vacilante luz de las velas descubrió los secretos de la tía Susi. Como si de una galería de arte se tratara, enfrente de la puerta un maniquí con uniforme, fotos de una bella joven, con los labios muy rojos delante de un gran barco, con un apuesto moreno con el mismo uniforme, probablemente el capitán. En la pared de la derecha un cartel anunciando una corrida de toros de hace 60 años, la foto de un torero, con la misma chica, y el mismo torero poniendo unas banderillas a un toro que está a punto de cornearle. En la pared de la izquierda, la misma mujer, un poco más madura ya, con la piel tostada por el sol y los labios indefectiblemente rojos, montando a caballo junto a un hombre de pelo entrecano, también muy atractivo.

    Caramba con la tía Susi. Al parecer su vida no había sido tan aburrida como se pensaba.

    Susana apagó las velas, cerró con llave la puerta del vestidor, bajó las persianas y cerró la puerta de la calle.

    Otro día vendría en coche y se llevaría el espíritu de su tía. Susana.

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  5. MI EX FORNIDO CAPITAN

    Jamás lo hubiera sospechado.
    Ella, que siempre había sido la esposa ideal, la madre perfecta, la compañera de fatigas, la amante dispuesta a cumplir hasta sus deseos más extravagantes con tal de permanecer a su lado, se acababa de quedar sola.
    El, el fornido y valiente capitán de sus sueños, con el que había librado más de una batalla vital, la había abandonado.
    Y sin embargo, debería habérselo imaginado esa aciaga tarde cuando le pidió que le acompañara a la galería de arte. El,que no era capaz de distinguir un Miró de un Matisse, estaba ahora contemplando embelesado, con esa sonrisa estúpida de enamorado, el cartel de la artista. Su amiga, su confidente, la pintora que a la que Ella había hecho partícipe de sus deseos más íntimos le acababa de dar la última estocada. Los dos le habían infligido la cornada más dura de su vida. Y allí estaba ahora ella, en una isla de nombre impronunciable, a miles de kilómetros de su casa, tostándose al sol mientras observaba a ese joven moreno cómo esparcía la crema solar por su musculoso cuerpo. El mismo con el que ahora se comía esa sabrosa langosta en una taberna de mala muerte, con el tiempo detenido en su reloj sumergible comprado en un todo a cien mientras agradecía, sonriente, que su valiente y fornido capitán la hubiera abandonado por una artista desconocida para el gran público y a la vez tan distante y cercana a Ella.

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