viernes, 24 de enero de 2014

24 ENERO 2014

Viernes, 24 de enero de 2014
[Nuestra Señora de la Paz.San Exuperancio, San Feliciano de Foligno, San Francisco de Sales, San Sabiniano, Santa Xenia]




1976España y Estados Unidos firman el Tratado de Amistad y Cooperación.
1967En su discurso presupuestario, el presidente de Estados Unidos, Lyndon Baines Johnson, pide al Congreso la concesión de 12.300 millones de dólares para la guerra de Vietnam.
1958Científicos británicos y estadounidenses anuncian que se ha logrado una fusión nuclear controlada.
1931Se levanta el estado de guerra en España, salvo en Huesca y Madrid.
1928La reina Victoria Eugenia de Battenberg coloca la primera piedra de un hospital oncológico en terrenos de la Moncloa madrileña.
1911El príncipe de Mónaco, Alberto I, funda en París el Instituto Oceanográfico, destinado a promover la investigación científica de los mares.
1848Asalto al Congreso Nacional de Venezuela: un grupo de liberales ocupa y da muerte a varios diputados conservadores.
1643Felipe IV despide a su valido, el conde-duque de Olivares, enfermo y hundido por el estrepitoso fracaso de su política.
1556Un terremoto devasta la provincia china de Shensi y causa 830.000 víctimas.
1521Fernando de Magallanes descubre la isla de San Pablo en el archipiélago de Tuamotú.

Buenas noches. Estoy super-cansado. Y pensar que la siguiente fiesta/puente/libranza o lo que sea es en abril me hace entrar en una profunda depresión.

¿Pero cómo voy a llegar hasta a abril si cada día me cuesta más levantarme de la cama? Creo de todas maneras que me iría mejor si trato de dormir más. Lo intentaré, pero mientras tanto, aquí os dejo cinco nuevas palabritas:

SOPLAR
ACORDARSE
ESTORNUDO
ELECTRICIDAD
NOTAS

Se me pongan a escribir..... aaarrrr!!!

6 comentarios:

  1. ESTORNUDO FATAL

    “Sujeta fuerte aquí para intentar detener la hemorragia” – dijo mientras me pasaba delicadamente las pinzas que obturaban la cava inferior y una de las arterias pulmonares.

    La operación se había complicado desde el momento en que los equipos electrónicos del quirófano habían empezado a fallar cuando hubo un corte en el suministro eléctrico. El grupo electrógeno de gasoil del hospital empezó a funcionar y cuando la electricidad se estabilizó, los equipos volvieron a la normalidad Pero ese momento marcó un punto de inflexión en la operación y a partir de ese instante todo empezó a ir mal.

    Pensábamos que el pitido continuo del cardioscopio se debía a que se había reiniciado, pero realmente indicaba la primera de las paradas del paciente.

    Dentro del equipo médico que nos encargábamos de los trasplantes de corazón, mi papel no es ni mucho menos el de protagonista. Para eso estaban el cirujano jefe y la enfermera principal. En mi puesto de ATS debía de vigilar las constantes vitales del paciente y dar la voz de alarma en caso de incidencias. Pero en momentos de crisis como este, todos arrimamos el hombro a lo que sea necesario.

    La escena de ocho manos dentro del pecho abierto en canal del paciente mostraba la gravedad del momento.

    El rol que se me había encomendado era en esta ocasión realmente importante. Relajar la presión sobre los vasos sanguíneos que estaba taponando supondría la muerte inmediata del debilitado paciente.

    ¿Por qué en este preciso momento tenía que empezar a picarme la nariz? ¿Por qué ahora? Traté de repasar todas las notas mentales de las que pudiera acordarme de las clases en la universidad sobre cómo actuar en estos casos, pero mi mente estaba en blanco.

    Traté de soplar a la punta de la nariz, pero la mascarilla no ayuda en estos casos.

    Puse morritos y traté de moverlos en círculos tratando hacer que la punta de la nariz rozase contra el papel de la mascarilla con resultado negativo.

    Los ojos se me llenaron de lágrimas. El cosquilleo era insoportable y la fuerza de las manos empezó a debilitarse. Sabía que estaba empezando a engendrarse la hecatombe cuando realicé una fuerte inhalación de aproximadamente dos litros y medio de aire.

    Los músculos abdominales elevaron mi diafragma con el fin de aumentar la presión sobre mis pulmones. Se me cerraron los músculos de la faringe y expulsé el aire retenido, saliendo por la boca, y en menor medida, también por la nariz.

    Ciento cincuenta y tres kilómetros por hora fue la velocidad que alcanzó el aire del estornudo que quedó atrapado en la mascarilla.

    Es imposible mantener sus ojos abiertos mientras se estornuda. Es un acto reflejo, pero en mi caso fue ciertamente consciente. No quería volver a abrirlos intentando no ver el espectáculo dantesco que intuía a mí alrededor por los ruidos, voces y maldiciones que se repetían por todo el quirófano.

    Sólo pude abrirlos para articular un imperceptible “perdón” cuando el cirujano certificó lo evidente con la frase de “le hemos perdido”.

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  2. LA ELECTRICIDAD PURIFICA

    Voy arrastrando los pies por este pasillo, con la cabeza baja, con estas esposas quizá demasiado apretadas es las muñecas y con cuatro funcionarios a mi lado... todo está en silencio... tan solo se escuchan los pasos de la macabra comitiva. Sopla una ligera brisa proveniente sin duda de los ventiladores del techo.
    Nos detenemos ante una puerta metálica. Uno de los guardas se adelanta y saca una llave. Abre la puerta casi de forma ritual. Levanto levemente la vista y miro con resignación al interior, sabiendo lo que me espera: la silla eléctrica.
    Uno de los guardas me pega un pequeño empujón para reiniciar el paseo que habíamos pausado mientras se abría la puerta. Me obligan a caminar para que me adelante hacia mi muerte. Me quitan las esposas. Me sientan en la silla. Me atan pies y manos con unos cinturones de cuero ancho. Humedecen mi frente y ponen una esponja empapada sobre mi cabeza.
    Mientras un guardia fija mi cabeza al duro respaldo de la silla, me susurra al oído: “¿Notas el olor de la justicia? Por fin vas a pagar por lo que has hecho, bastardo”.
    El sacerdote me da la extremaunción. “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...”
    Con esas palabras retumbando en mis oídos, cierro los ojos y buceo en lo más profundo de mis pensamientos. Estoy acordándome porqué estoy aquí:

    Sin duda estoy enfermo. Quizá una esquizofrenia nunca diagnosticada de forma correcta.
    En un ataque de locura asesiné a mis vecinos. Entré en su casa una noche forzando la puerta trasera. Avancé por la cocina, cogí un cuchillo jamonero y accedí al salón silenciosamente. Allí estaba el hijo pequeño, viendo la televisión. Le cogí por el pelo, levanté un poco su cabeza y con la velocidad de un estornudo, le pasé el cuchillo por el cuello. Su inocente vida se escapó por el profundo corte de su garganta. Cuando dejó de tener espasmos, subí las escaleras y abrí la primera puerta que me encontré. Era la habitación del otro hijo, el mayor. Estaba dormido en la cama. Me acerqué sigiloso, tapé su boca con la mano para evitar que emitiese ningún ruido y clavé los treinta centímetros del cuchillo en su pecho, atravesando su corazón y llegando al colchón. Las siguientes quince puñaladas en el abdomen las asesté ya a un cuerpo inerte. Una sonrisa diabólica se dibujó en mis labios. ¿Disfrutaba con aquello? La respuesta era que sí.
    Seguí con mi carnicería entrando en la habitación de los padres. La madre, con el sueño más ligero que sus vástagos, se despertó y me miró con los ojos desorbitados. Con un rápido movimiento le corté la garganta y le saqué la lengua por el corte, para que ella misma pudiera verla antes de morir. Y al padre, despertó con los movimientos de su esposa. Se quedó paralizado por ver a su mujer sin garganta. No había nadie más en la casa y ya no me importaba el ruido y sus gritos pidiendo clemencia. Me lo llevé arrastrando hasta el baño. Lo colgué de la ducha con un cinturón y lo abrí en canal para sacarle todos los órganos y los intestinos.

    Estaba sonriendo cuando un guardia accionó el interruptor que dio paso a la electricidad a través de mi cuerpo. Cinco segundos de terrible dolor. No hubo túnel, no hubo luz brillante, no hubo fotografías de mi vida, no hubo nada.
    Me desperté en un oscuro sitio con una niebla espesa. No había duda, estaba en el infierno.

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  3. SOPLAR Y RESOPLAR

    Acabo de salir de la ducha y el reflejo que me devuelve el espejo del baño no me gusta nada. Los excesos de las navidades han hecho mella la zona que rodea mi ombligo. Tengo que hacer algo si me quiero volver a ver el pene.
    Hace unos días han abierto un nuevo gimnasio en los alrededores. Me he apuntado a un programa semanal de entrenamiento, con un “personal trainner” para mí solito.
    La entrenadora que he seleccionado se llama Vanessa y en la nota de descripción de su ficha ponía que era instructora de aeróbic de 26 años, modelo de trajes de baño y ropa deportiva.
    He decido llevar un diario para documentar mi progreso y así animarme cada día.

    Lunes: Seis de la mañana. Me ha costado un huevo levantarme de la cama tan temprano, pero ha merecido la pena. Cuando llegué al gimnasio y vi a Vanessa esperándome a mi disposición, una corriente de electricidad me recorrió la espalda y me puso los pelos de punta… y lo que no son los pelos. Rubia, ojos azules, una gran sonrisa, con unos labios carnosos y una voz adorable. Apenas presté atención a sus explicaciones. Me tomó el pulso después de cinco minutos en la bicicleta estática. Se alarmó al ver mis 230 pulsaciones. Pero no eran por el ejercicio, eran por su malla de lycra que marcaba sus curvas. Casi me duele más la barriga de tanto meterla para adentro cada vez que Vanessa pasa a mi lado que por los abdominales que me obligó a hacer. He terminado mi primer y estupendo día de ejercicio.

    Martes: Me he tenido que tomar dos litro de café, pero finalmente he conseguido salir casa. Vanessa me ha tumbado boca arriba y me ha hecho levantar una barra de metal y después se atrevió a ponerle pesas. Las piernas me tiemblan como un flan pero he conseguido hacer en la cinta ¡UN KILOMETRO! La aprobadora sonrisa de Vanessa y el guiño cómplice, han hecho que todo valiera la pena...

    Miércoles: La única forma de lavarme los dientes ha sido poner el cepillo apoyado en el armario y mover la cabeza a ambos lados. Me ha venido un estornudo y creo que me he herniado los pectorales. Me duele hasta el pelo. Vanessa me dice que no grite tanto porque molesto al resto de la gente. Cuando me habla a estas horas de la mañana su voz resulta un poco aguda y molesta. Vanessa me ha enseñado una máquina nueva que simula subir escaleras. Me dijo que me ayudaría a ponerme en forma y a disfrutar la vida... otra de sus tantas gilipolleces y promesas.

    Jueves: Me ha costado un mundo el atarme las deportivas y por ese motivo he llegado al gimnasio un poco tarde. Vanessa me estaba esperando con su jodida sonrisita falsa. La muy zorra me ha hecho levantar unas pesas que casi hacen que me salga una almorrana. En un descuido me he escondido en el baño, pero me ha encontrado y como castigo, me ha puesto en la máquina de remar. En ese momento me he hundido y ha sido cuando me he echado a llorar.

    Viernes: Odio a esta hija de puta más que a cualquier otro ser humano en este mundo. Estúpida, cabrona, anémica, puerca sin escrúpulos. Vanessa quiso que trabajara mis oblicuos... si supiera que cada vez que dice algo así me acuerdo de su puta madre, no lo haría. ¡Pero si yo no tengo oblicuos, coño! Me he desmayado en la bicicleta estática y al despertarme tumbado en el suelo, la muy putaza me dice que eso es porque no tengo una dieta sana y natural. Si no fuese porque me duelen hasta las uñas le habría soplado una hostia y la habría reventado la puta cabeza.

    Sábado: Tengo un mensaje de la asquerosa voz de pito de Vanessa en el contestador, preguntándome porque no he ido hoy. No puedo levantarme del sillón. Once horas en la misma postura. Ni fuerzas tengo de cambiar el canal de la televisión y me he tragado el “Sálvame de Lux” completo.

    Domingo: No sé cómo agradecer al cielo que la semana se ha terminado. He aprendido la lección. En las próximas navidades moderaré mi ingesta de dulces; o me haré una reducción de estómago o me coseré la boca porque no quiero ni puedo pasar por esto otra vez.

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  4. Estornudos de verano
    De repente, notas que el viento comienza a soplar. La piel se eriza y al levantar la cabeza comencé a estornudar. Siempre me pasa cuando se dan a la vez ciertos factores, aunque pueden darse los estornudos con distintas combinaciones de los mismos. No hay una norma.
    En esta ocasión estábamos en el velero. Fue una travesía dura y aunque llegamos a las Pitiusas, teníamos el alma encogida todavía y el cuerpo inestable. Dea nuestros capitán, afirmó que va a ser una travesía para no olvidar en mucho tiempo. Siempre va a acordarse del momento en el que perdimos el motor. Estábamos cerca de la costa y no fue demasiado tiempo de llevar el barco a vela. Eso sí, estábamos en una cala maravillosa. El puerto donde quizás nos podrían ayudar más fácilmente estaba lejos.
    Al no tener motor no podíamos tirar de las baterías, vivir una noche sin luces, sin electricidad. La situación a la vez que imponía por cómo podía transcurrir el resto del viaje, proporcionaba un toque romántico a la escena.
    En ese momento subí a popa con el cepillo de dientes y salió de mis labios la frase:
    “Alguien tiene locutorio”
    Todos comenzaron a reír…
    Mi dislexia neuronal (como yo lo llamo) provocó una carcajada en todo el grupo…

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  5. HAY QUE HACER CASO A LAS NOTAS

    En el momento en que Marta se disponía a soplar las velas, un estornudo fatal hizo acordarse a Javier de que no había hecho ni puñetero caso a todas las notas que se había puesto, ni para comprar el frenadol, ni para pagar el colegio de abogados, ni para comprarle el regalo a Marta ni para reservar la pista de padel. Con un suspiro, como unas veinte veces antes, se prometió hacerlo todo al día siguiente.

    Cuando Marta, recuperado el aliento, fue incapaz de hacer que se encendiera de nuevo la luz, tampoco ella tuvo duda “Javier, con esa manía tuya de no domiciliar los recibos, creo que nos han cortado otra vez la electricidad”.

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  6. MEJOR NO ACORDARSE DE ESTE MOMENTO

    El aire seco y ardiente entraba por mi garganta y llegaba a mis pulmones. Dificultaba mi respiración hasta convertirla en un esfuerzo enorme, casi inútil. Una luz blanquecina machacaba dolorosamente mis ojos hinchados, obligándolos a permanecer pegados por las lágrimas. El ruido del ambiente era ensordecedor, voces estridentes, sonidos de electricidad estática de decenas de aparatos; apenas podía acordarme ya del placentero silencio y el runrún de las olas. Tenía el cuerpo lastimado. Dolía como una herida que jamás podría curar. Un tubo transparente sopló sobre mi nariz y con un estornudo conseguí expulsar una mezcla de moco y líquido que salió por mi nariz y mi boca y al mismo tiempo lancé un desgarrador gemido que rompió el silencio de la noche. El médico dijo entonces en voz alta: “Enfermera, tome nota. Hora de nacimiento: 02:43 de la madrugada”.

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