viernes, 14 de febrero de 2014

14 FEBRERO 2014

Viernes, 14 de febrero de 2014
[San Valentín, Santa Alejandra de Egipto, San Antonino, San Auxencio, San Cirilo, San Eleucadio, San Juan Bautista de la Concepción, San Metodio de Tesalónica, San Nostriano, San Vital de Spoleto, San Zenón mártir]



1999Serbios y albanokosovares se sientan en la misma mesa por primera vez desde que comenzó la cumbre de Rambouillet para la pacificación del territorio.
1989Los integristas islámicos y el imán Jomeini condenan a muerte al escritor indio-británico Salman Rushdie por su obra Versos Satánicos.
1983Ariel Sharon cesa como ministro de Defensa de Israel, acusado de instigar la matanza en los campos de palestinos de Sabra y Chatila (Beirut).
1975Es aprobado el Plan de Estudios del Nuevo Bachillerato Español.
1929Se produce la Matanza de San Valentín entre gánsteres de Chicago.
1902Se funda en Washington la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino por iniciativa de la Asociación sufragista Americana.
1879Estalla la Guerra del Pacífico cuando tropas chilenas ocupan Antofagasta, en ese entonces un puerto boliviano.
1817El general José de San Martín, prócer de la independencia sudamericana, entra triunfalmente en Santiago de Chile, ciudad previamente abandonada por las tropas españolas.
1797Batalla del Cabo de San Vicente

Bueno, pues nos ha tocado tener una entrada en el día más dulzón y pasteloso del año...  SAN VALENTÍN!!!!!

Todo muy dulce y empachante. Demasiado. Eso es lo que promete cada 14 de febrero, el día de los enamorados.

Entiendo que esta celebración es muy popular en el mundo anglosajón desde hace tiempo, como Halloween o el día de Acción de Gracias, especialmente en Inglaterra y Estados Unidos. Pero por esas cosas de la globalización, y de que traten de forzarnos a comprar más y más fuera de las fechas convencionales, poco a poco ha ido ganando presencia entre nosotros.

Sin embargo, no me considero un defensor a ultranza de que el amor es el fin último de la existencia humana, pero algo de importancia tiene, pero sí que critico esta celebración en particular, especialmente sus visos comerciales.

Así que, hoy, solo hoy (el resto de días del año os dejo que no le molestéis), si veis a Cupido revoloteando por ahí, propongo que le metamos una flecha por el mismísimo orto.

Y para calmarnos y seguir con nuestro proyecto (y quién sabe si a lo mejor se puede escribir con ellas una carta de amor) aquí tenemos las cinco nuevas palabras. Esta vez, no del todo aleatorias ;-)

CUARENTA
PUTADA
BUFANDA
REINA
SORPRESA

Y como se prodiga poco por estos lares de la escritura, no se puede desaprovechar ni un poquito de la esencia creadora de nuestro ínclito Javier:

- Cuando cumplas los cuarenta te regalaré una bufanda, reina mía.
- ¡Pues qué putada! Me acabas de joder la sorpresa.

Corto, sencillo, conciso, al grano con las cinco palabras. ¿Qué más se puede decir?... EXCELENTE

No permitiréis que os tome la delantera, ¿no? Pues a escribir se ha dicho.



7 comentarios:

  1. Cuarenta

    Cuarenta!! Ya han llegado los cuarenta. Todo el mundo dice que son muchos, que se te pasa el arroz, que es una putada hacerse mayor…

    Y yo sin embargo me siento como una reina. Mi corazón late cada día con más fuerza, me siento bien, y me acepto tal y como soy. Y al que no le guste, pues que se vaya a otra parte.
    La celebración este año será en la Biela, con mis amigos. Ya estoy guapa, tengo que irme y hoy no puedo llegar tarde. Me pongo la bufanda como último complemento, y mirándome al espejo, pienso. ¡Vamos cuarentona, a celebrarlo!
    Nada más entrar en el local, llegó la gran sorpresa. Allí estaban todos, y mi Grupo!! Tocando mis canciones. Con las guitarras, el teclado y el micrófono. En una pared se proyectaban fotos de estos últimos años.
    ¿Cuarenta? Estupendos cuarenta!!

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  2. FIESTA SORPRESA

    Nunca me ha gustado la sensación incómoda de no tener controlada la situación, y ahora estaba inmerso en esa realidad. Aunque no hacía ni cuarenta días que Marta era mi novia, confiaba en ella. No quería decirme dónde íbamos, pero pensé que no debía tratarse de nada malo.
    Marta era una chica misteriosa, y quizás era eso lo que me había atraído de ella. Los tatuajes de extraños símbolos de su cuello, que tapaba sistemáticamente con su bufanda, me resultaban intrigantes y eróticos a partes iguales. Ahora íbamos avanzando por un camino rural y una mezcla de miedo y excitación me mantenía alerta.

    - ¿Vamos a una fiesta sorpresa o algo así? – insistí mirándola de reojo.
    - ¡Qué impaciente! Continua conduciendo y sigue mis indicaciones. Y no me hagas más preguntas, tontito.
    - Como usted mande, reina mora - bromee aunque no dejaba de estar algo inquieto.
    - Ve más despacio que estamos cerca de la entrada. ¡Ahí, entra!

    Un sinuoso camino nos llevó a una antigua casona de dos pisos.
    Marta tocó a la puerta de una forma muy particular, como si fuera una contraseña. Se oyeron unos pasos en el interior y tras la puerta apareció una chica joven, alta y realmente imponente que nos saludó de forma efusiva.

    - Por fin habéis llegado – mientras me agarraba de la cintura y me plantaba dos besos en las mejillas, quizás demasiado cerca de la comisura de los labios.

    Pasamos al salón y allí estaban cuatro amigas más. Todas jóvenes y guapísimas. Las expectativas de una fiesta de pijamas con mi novia y sus cinco amigas me parecían cada vez más reales.
    Los siete nos sentamos en la mesa central que presidía el amplio salón. Sobre ella, repartidos unos libros. Nada de comida, nada de bebida, ni unos míseros panchitos para picar. “Pero que fiesta más rara es esta que no tiene ni música, aunque sea para crear un poco de ambiente – pensé - ¿A qué al final va a ser una mierda de club de lectura o algo así? ¡Vaya putada!”.
    De un vistazo comprobé que todas tenían los mismos extraños símbolos tatuados en el cuello, y confirmé que coincidían con algunos que aparecían en las portadas de los libros esparcidos por la mesa. Los libros eran antiguos, con las tapas de piel y coloridos grabados de… el diablo.
    Una de las chicas eligió uno, se los mostró a las otras y estas lo aprobaron con un gesto afirmativo. Entonces empezó a leer en voz alta, en latín, y sus palabras comenzaron a resonar en el salón, donde misteriosamente, su aguda voz se tornaba cada vez más grave según avanzaba en la lectura del libro.
    Tras concluir, la amiga de Marta recorrió el salón con la mirada, igual que las demás, como esperando que ocurriera algo. De repente retumbaron unos pasos en el piso de arriba. Los pasos hacían crujir las gruesas paredes de la casa.
    Escuché un sonido metálico detrás de mí en el mismo instante en que las chicas se levantaban de la mesa y corrían precipitadamente hacia la puerta.
    Traté de levantarme pero me resultó imposible. El ruido metálico provenía de la navaja que Marta había utilizado para segarme limpiamente los tendones de Aquiles de ambos pies.

    - ¡Ya está bajando a esta planta! - dijo una de ellas mientras cerraba la puerta tras de sí.

    Los pasos retumbantes se acercaban. Probablemente estaba ya en el comienzo de la escalera. A cada paso se iluminaba el salón con un destello flamígero, como cuando se azuzan los leños de una hoguera.
    Traté de caminar pero caí al suelo. Me arrastré tratando de alcanzar la puerta y cuando llegué descubrí horrorizado que no tenía picaporte. Fuera, se podían escuchar las risas, carcajadas y cánticos de Natalia y sus amigas.
    Los pasos alcanzaron el salón. El miedo me atenazaba y sólo pude girar levemente la cabeza con los ojos cerrados, cuando una feroz llamarada me calcinó los parpados dejando mis ojos desnudos, y pude ver por unos instantes, la aterradora figura del demonio. Grité. Grité con toda la fuerza que mi garganta reseca me permitía. Y mis gritos sirvieron música para los bailes de las brujas.

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    1. Este cuento es un plagio. Solo modificaste algunas cosas. No lo hagas más.

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    2. ¿Plagio? Mi intención nunca ha sido plagiar a nadie. Hay historias que se leen, te cuentan, escuchas o ves. La idea siempre ha sido divertirme incluyendo las cinco palabras famosas sin ninguna mala intención. Si a alguien le puede resultar ofensivo, lo dicho nunca fue mi intención.

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  3. LAS PUTADAS NUNCA VIENEN SOLAS

    Tenía que ser hoy. No hay duda. Ya dice el refrán que las desgracias nunca vienen solas. Primero bronca con la secretaria del jefe, que se cree la reina de la redacción, porque se niega a pagarme los gastos. Para ella ciento cuarenta euros no son nada pero yo los necesito para terminar el mes. A continuación multa de aparcamiento por veinte cochinos minutos que me retraso en retirar el coche. Por la bronca, claro. Cuarto de hora de discusión con el de la ORA, no me la quita, llego tarde y Mónica, mosqueada por la espera, mosqueada por su regalo (dice que es la tercera vez que le regalo una bufanda) y aún más mosqueada cuando me pide el ticket para cambiarlo y se da cuenta de que ha costado cuarenta euros, me monta la discusión del siglo (aun no sé si por cara o por barata), y me dice que recoja mis cosas y me vaya de su casa. La verdad es que no me ha cogido por sorpresa, ya llevaba unos días muy rara, pero largarme por un mal regalo… En mala hora hice caso a la dependienta de El Corte Inglés. ¡Si yo quería regalarle una colonia! No puedo ponerme a buscar alojamiento ahora, en plena noche y sin un euro en el bolsillo. Menos mal que tengo armas secretas para recuperarla, no puede resistirse a mis arrumacos y a mi encanto personal. Conquistada de nuevo y levantado el castigo, ahora a culminar la faena, a ver si consigo que se olvide del maldito regalo. Mírala, pero qué guapa que es, con el body rojo, acercándose lentamente, moviendo las caderas... Me vuelve loco. Con esto arreglamos el día. ¡Seguro! Mierdaaa. Teléfono. ¿Quién coño será ahora? Pero si son las doce y media. La secretaria de Jaime, la bruja. Se le notaba la sonrisita sardónica hasta por el teléfono. Lo siento cariño, tengo que cubrir el asesinato de un pobre pringado por parte de unas brujas satánicas. No me esperes despierta ¡Vaya putada!

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  4. ¡QUÉ PUTADA!

    A mis cuarenta años soltero y sin pareja. Apoyado en la barra de este insulso bar, moviendo con un dedo el hielo del gintonic de mi copa de boca ancha, no me queda otra que reflexionar el porqué.
    No me considero un tipo feo. Soy moreno, de complexión fuerte gracias al gimnasio, no excesivamente alto. Llevo el pelo a lo Brad Pitt y trato de mantener una varonil barba de cuatro días. Tengo unas manos grandes, la mandíbula ancha y un cuello grueso y fornido.
    Pero está claro que sólo esto no vale para abandonar mi soledad.
    Ensimismado en mi desgracia veo entrar a la mujer de mis sueños. Se acerca al otro extremo de la barra y pide una cerveza. Rubia, ojos azules, una gran sonrisa, con unos labios carnosos y una voz adorable, sin duda tiene que ser monitora de aerobic o modelo de trajes de baño o de ropa deportiva.
    Inmediatamente mi mente empieza a funcionar como una auténtica máquina a presión. Tengo que hablar con ella. Me preparo mentalmente el método de “ataque” pues no me gusta dejar nada a la sorpresa. Así que imagino que me acerco a ella, me siento a su lado y comienza nuestra conversación ficticia:

    - Hola, veo que se ha mojado la bufanda con la cerveza.
    - Hola. Sí, vaya descuido. Afortunadamente la cerveza no deja mancha.
    - No te preocupes, tienes suerte, mi profesión es “secador de bufandas”. La soplo ahora mismo y en un momento la dejo sequita, ¡mira! (soplando) ¿Qué tal? Se ha secado, ¿verdad?
    - Bueno, no sé …
    - Oye, ¿estás dudando de mi profesionalidad? Yo llevo años de secador de bufandas y todos han quedado muy contentos. De hecho, en mi familia, todos nos dedicamos a la profesión. Comenzó mi abuelo, después mi padre y, luego, mis hermanos y yo. Me llamo Nicolás ¿Y tú, a qué te dedicas?
    - Yo Vanessa – sin duda se tenía que llamar Vanessa – y estoy terminando los estudios.
    - Espera, no me digas más… Tienes pinta de… enfermera.
    - Pues casi aciertas, aunque estudio derecho trabajo en la recepción de un hospital, en urgencias.
    - ¡Anda, urgencias! Oye, y si un día tengo un accidente y me tienes que salvar la vida y hacerme el boca a boca, me lo harías, ¿no?
    - No, jajaja, soy sólo la administrativa.
    - Creo que no has entendido mí pregunta. ¡Piénsatelo y mírame bien! Te estoy diciendo que si voy a urgencias YO, no otro, con este cuerpo y esta cara… no me digas que no te tirarías a besarme, para salvarme la vida.
    - Bueno, siendo tú, la cosa cambia.
    - Pues sería una putada que me tenga que esperar a que me pase algo tan grave como para ir a urgencias y conseguir un beso tuyo.

    En ese momento, ella acercaría sus labios a los míos y terminaría la conversación. Simplemente, la historia continuaría en mi apartamento, con iluminación de velas, aroma de incienso y música de fados en el ambiente.

    No puede salir mal. Con el guion que acabo de currarme aun retumbando en mi mente, me acerco a ella. Me siento en el taburete de al lado y comienzo mi representación:

    - Hola, veo que se ha mojado la bufanda con la cerveza.
    - Hola. Sí, vaya descuido. Afortunadamente la cerveza no deja mancha.
    - No te preocupes, tienes suerte, mi profesión es “secador de bufandas”. La soplo ahora mismo y en un momento la dejo sequita, ¡mira! (soplando) ¿Qué tal? Se ha secado, ¿verdad?
    - Pues no, no creo que consigas secarla así.
    - Oye, ¿estás dudando de mi profesionalidad? Yo llevo años de secador de bufandas y todos han quedado muy contentos. De hecho, en mi familia, todos nos dedicamos a la profesión. Comenzó mi abuelo, después mi padre y, luego, mis hermanos y yo. Me llamo Nicolás ¿Y tú, a qué te dedicas?
    - Yo Sofía…
    - ¡Vaya! Si te hubieses llamado Vanessa habrías sido la reina de mi vida.

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  5. UNA BUFANDA PARA UNA REINA

    Es el día de San Valentín y aquí estoy yo, semidesnuda, sentada en mi sofá. Él está sobre mis rodillas. Noto su calor. Siento sobre mis muslos el aire caliente de su respiración. Oigo de nuevo esos ruidos que denotan su aceleración y me inquieto. Es entonces cuando pienso que debería de haberme puesto una camiseta más larga.

    - “¡Cóño que me quemo!”, -le grito al televisor. “No han pasado ni cuarenta minutos desde que nos sentamos y el muy canalla ya ha dejado su marca en mis piernas”.

    Mientras el señor del tiempo me mira impasible y me recomienda el uso de abrigo si pretendo salir a la calle, yo pongo un cojín bajo el portátil. “¡Ajá!, ¡arreglado!. Ahora ya no me quemarás más”.

    De nuevo, casi sin querer, mis dedos me llevan a ese blog. Miro las letras de hoy y pienso que son muy poco afortunadas para un día tan… ¿especial? Pero no importa, eso no es ninguna putada para mí, porque a mí me gusta escribir, ¿o no?

    Que me gusta escribir no es ninguna sorpresa, como tampoco lo es que me quede bloqueada antes de llegar a la primera coma. Y ahí está de nuevo, esa dichosa canción “you wre e e e eeck meee”. Y como una bola de demolición llegan una y otra vez las ideas a mi cabeza. Ideas planas e inconexas que se agolpan y saturan mis dentritas. Se me ocurren historias insulsas. Les doy una vuelta. Dos vueltas. Las vuelvo del revés. Empiezo por el final. Anoto una idea y luego otra, para, al final, terminar jugando al Tetris con ellas.

    En uno de esos arrebatos de mujer lo borro todo. Lo cierro y lo apago todo. “¡Hostias que no veo!”. Me levanto y me visto. Me miro una vez… y me cambio. Me miro de nuevo… y me cambio. Me maquillo. Me miro… y me cambio. Me miro… y ahora sí, estoy conforme.

    Me planto delante de la puerta y me prometo que de hoy no pasa. No volveré a casa hasta encontrar a ese príncipe que me convertirá en reina. Vale, quizá estoy siendo excesivamente ambiciosa. Además, hay príncipes que lo roban todo, hay que andarse con cuidado. Rebajo las expectativas: “no volveré a casa sin ese príncipe que me convertirá en reina… por esta noche”.

    Abro la puerta y salgo. “Noos” preocupéis, que no he olvidado… la bufanda.

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