viernes, 22 de noviembre de 2013

22 NOVIEMBRE 2013

Viernes, 22 de noviembre de 2013




1996Una ola de frío recorre Europa, siendo Francia, Polonia, Hungría, Grecia e Italia los países más afectados.
1990Tras once años al frente del gobierno británico, Margaret Thatcher renuncia a su cargo de Primera Ministra.
1989Asesinados en Beirut el presidente de Líbano, René Muawad, y 14 personas más, al estallar un potente artefacto.
1986El Príncipe Felipe de Borbón preside por primera vez la entrega de los Premios Príncipe de Asturias.
1978Las Cortes españolas aprueban el Estatuto de Autonomía de Galicia.
1977British Airways inagura los vuelos regulares del Concorde, Londres Nueva York.
1975Don Juan Carlos de Borbón es proclamado rey de España con el nombre de Juan Carlos I de España.
1948Vietnam solicita su admisión en la Organización de las Naciones Unidas.
1943Líbano obtiene la independencia.
1934El ingeniero y piloto Ramón Torres, primer aviador español que cruza el Sáhara, comienza su vuelo a África.
1915El ejército otomano derrota al británico, mandado por el general Townsend.
1915Gandhi vuelve a la India tras 17 años de ausencia.
1822El Congreso de Verona (Italia) decide el envío a España de los Cien Mil Hijos de San Luis.
1574El navegante Juan Fernández, durante un viaje de El Callao a Valparaíso, descubre el archipiélago que lleva su nombre, debido a la desviación que le produjo una tempestad.
1559Pragmática de Felipe II en España por la que se prohíbe a los españoles estudiar en el extranjero.
1497Vasco da Gama dobla el Cabo de Buena Esperanza.

Han vuelto las buenas costumbres de publicar la entrada en los primeros minutos del viernes, así que no hay mejor manera de celebrarlo que con estas nuevas cinco palabras:

CASCABEL
PASTAR
ARAÑAR
DIAMANTE
CURVA

Adelante con ellas.

PD: Me han publicado un nuevo post en "A un click de las TIC" titulado Mi madre ya sabía que el free cooling mejora el PUE... por si os interesa.

4 comentarios:

  1. HASTA ARAÑAR EL PLATO

    En esta etapa de mi vida, creo que ha llegado el momento de compartir mi secreto con los más pequeños de la casa y con todo el que me quiera escuchar. Como a casi todos los niños, nunca me habían gustado ni los purés, ni las sopas, ni mucho menos las ensaladas, que me hacían recordar a una cabra pastando. Pero un día, cuando no tenía más de cuatro años, descubrí el misterio y lo he mantenido oculto hasta ahora.

    Sé que suena raro, pero debéis de saber que en el fondo de todos los platos hondos, tanto los de la vajilla de la abuela, como de los poco elegantes platos de plástico, incluso de aquellos boles con la curva pronunciada que se usan para la sopa, los caldos, las lentejas y los purés, viven unos seres diminutos, casi casi invisibles. Son tan pequeñajos que sólo los niños son capaces de verlos, y sólo si se fijan bien. Después, cuando creces, jamás puedes volver a verlos.

    Son seres con poderes mágicos muy variados y que cuando te los tragas, esos poderes pasan a ser tuyos.

    Cuando era pequeño, casi diariamente en las comidas, mis padres no me perdonaban un primer plato donde se utilizaba la cuchara y un plato hondo, ni tan siquiera en verano. Así fue como los descubrí. Tratando de comer lo más rápidamente posible el puré de verduras que ese día tocaba, iba vaciando el plato y cuando la cuchara llegó el fondo, abrí los ojos al máximo y conseguí distinguir los primeros seres de los platos hondos que veía en mi vida.

    Allí estaban, con unos leotardos marrones y una camisa amarilla, con un gorro picudo terminado a veces en un cascabel chiquitín o en un centelleante diamante de colores y unos divertidos zapatos cuyo color variaba en función de los poderes que poseían. En una de las cucharadas, al rebañar el final del plato, entraron en mi boca quizá media docena de ellos e inmediatamente noté sus efectos.

    Después de muchos purés, sopas y lentejas, conseguí averiguar casi todos sus poderes. Si te comías unos con zapatos rojos eras capaz de convencer a tus padres de lo que quisieras; con los de los verdes podías correr a toda velocidad; los de zapatitos marrones hacían que el balón que habías chutado entrase por la escuadra de la portería; los que los tenían azules te hacían nadar casi como un delfín y con los de las botas naranjas podías crecer un milímetro por cada uno que te zampases.

    Los más difíciles de encontrar eran los que tenían los botines blancos, pero el día que los encontré y los saboreé, conseguí leer y escribir. Otro día en que llegaron hasta mi boca lograron que pudiese conocer los números y aprender a sumar y restar, y así día tras día. Diez seres más en mi tripa y aprendí a multiplicar y dividir. Otros diez y empecé a leer los cuentos de la estantería, hacer raíces cuadradas e incluso a las pocas semanas conseguí leer un libro entero…

    Llegó un día en que no volví a ver ningún otro duende, al menos hasta hoy. Pero aún a mi edad sigo tomando sopas, caldos, purés y lentejas, fijándome atentamente en cada plato hondo, mientras vuelvo a arañar el fondo con la cuchara una y otra vez y cruzo los dedos para volver a encontrarme de nuevo con un duende con sus zapatillas de colores.

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  2. DESAYUNO SIN DIAMANTES

    NOTA al lector: Antes de leer este cuento, aconsejo, querido lector, que encuentre por internet la fotografía que Robert C. Wiles captó de la joven Evelyn McHale y que fue portada de la revista Life.
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    Evelyn McHale Francis nació 20 de septiembre 1923 en California. Su vida nunca había sido fácil, pues con tres años la familia se mudó a la otra costa, a Washington DC, y poco después sus padres se divorciaron, viviendo toda la familia a cargo de su padre Vicent.

    Después una vida llena de curvas pronunciadas y difíciles de tomar, parecía que el azar la empezaba a sonreír. Acomodar su vida en Nueva York, junto con su hermana y su cuñado, había sido una gran idea, y sin duda un gran avance para conseguir la absoluta independencia. Trabajar como contable en la empresa de grabados y conocer a Barry, le había ofrecido la estabilidad necesaria que no había tenido en sus anteriores veinte años de vida.

    La primavera de 1947 estaba siendo climáticamente muy agradable en Nueva York. Evelyn aprovechaba las tardes para pasear por Central Park con su vestido de tweed, y recorrer la quinta avenida en busca del mejor regalo de cumpleaños para Barry.

    Le había costado meses de ahorro, arañando cada centavo de su ajustado sueldo, para poder conseguir el reloj que había visto en el escaparate de la tienda de un judío de la calle 47 de Diamond District. Estaba feliz porque sería el último cumpleaños de Barry en el que estarían solteros, pues tenían previsto casarse en junio. Barry nunca había tenido un reloj como aquel. Aunque Easton está a escasos cien kilómetros de Nueva York, era un pueblo ganadero, donde las vacas y las ovejas pastan a sus anchas y no es necesario ningún reloj que marque el devenir diario del tiempo. Y menos aún con un reloj de esas características, un Rolex Datejust.

    Ese miércoles salió del trabajo con una sonrisa de oreja a oreja. Tintineaba como un cascabel cuando cogió el tren con destino a Easton. Hacía calor y las casi dos horas de traqueteo le resultaron interminables.

    Cuando llegó al apeadero del pequeño pueblo, allí estaba Barry, ¡era tan guapo! No veía el momento de bajar del tren y abrazarle, besarle y quererle.

    No podía aguantar la emoción y lo primero que hizo fue darle el regalo:

    “¡Feliz cumpleaños, cariño!”. Soltó inmediatamente después de darle un profundo beso y de ofrecerle la cajita satinada que había llevado en sus manos durante todo el camino.

    Barry abrió la caja y torció el gesto.

    - ¿Qué es esto? – nunca había sido muy galante.
    - Un reloj, mi amor. Un reloj de un hombre de ciudad, como el que tú te mereces.
    - Yo soy de pueblo. ¿Qué hago yo con este trasto?
    - Sólo pensaba que… sólo creía que… intenté buscar algo que te gustase… que nos gustase a los dos.

    La decepción se apoderó de Evelyn. Pasó el cumpleaños más triste de su vida. Lo que esperaba que fuese una fiesta de despedida de la soltería se convirtió en un auténtico infierno.

    A las siete de la mañana del día siguiente se subió al tren de regreso a Nueva York. Besó a Barry y con voz triste le mintió cuando dijo que era muy feliz, tan feliz como cualquier chica a punto de casarse.

    Llegó a la ciudad poco antes de las diez, pero no se dirigió al trabajo. Fue paseando hasta la calle 34 y compró una entrada para el mirador de la planta 86 del Empire State. Arriba, en el poyete del mirador, Evelyn se quitó el abrigo y lo dobló pulcramente, se empolvó la nariz y dejó el estuche de maquillaje encima del abrigo. Ojeó por última las fotos familiares y con una letra escrupulosa y educada escribió entre lágrimas una nota de despedida:

    “…No creo que pueda ser una buena esposa para nadie. Estará mucho mejor sin mí…”

    Un fular blanco descendía vaporoso desde lo alto el rascacielos, en contraposición a la velocidad de caída del cuerpo de Evelyn. Acabó sobre una limusina estacionada en la calle 33. Sujetando aún con mano izquierda el collar de perlas que llevaba al cuello. Con gesto sereno, conmovedor e hipnótico parecía dormida, quizás parecía hasta feliz.

    Parecer feliz no significa ser feliz.

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  3. El Cascabel tiene que sonar!!
    Era una noche oscura. Llegaba tarde, así que me arriesgué y me decidí a seguir mi camino por el puerto. Al ser tan tarde por lo menos las cabras de cuernos pastando, no las iba a ver. Supongo que se alejan de la carretera cuando se van a dormir.
    Curva tras curva seguía mi camino, no sabía si quería llegar pronto o tarde, sabía que ella me esperaba eso seguro. No es capaz de dormirse hasta que llego a casa y menos si sabe que estoy conduciendo.
    Después de la última conversación antes de este viaje, no sabía si encontrar el diamante escondido entre la lencería le iba a hacer ilusión o todo lo contrario, provocaría una furia interna que por lo menos me he perdido al no estar presente en el momento. Es buena táctica esta de dejarle los regalos escondidos, de esta manera aunque me pierda esa primera mirada al abrir un regalo, si esta enfurruñada le doy la oportunidad de pensar un poco y a mi de evitarme esa desilusión después de tener un detalle.
    El anillo está en un estuche, enredado entre un conjunto de ropa interior negro sexy y atrevido.Últimamente, no invertimos mucho tiempo en juegos nos ponemos a ello y ya está, y de vez en cuando es bueno hacer realidad lo que uno se imagina.
    Ahora entre curva y curva me la imagino, descubriendo el regalo al hacer sonar el cascabel de la caja al ir a buscar el camisón para ponérselo. Ojala le apetezca esperarme vestida para mí solo con el anillo, y el conjunto puesto… podría ponerse esos zapatos y mi corbata. La primera vez que llegué a casa y estaba así, esperándome sentada en el salón, casi me da un infarto de la fuerza de mi excitación.
    Miro la hora, tengo que llegar antes de la 1:00. Comienza la bajada del puerto. Estupendo, son las 0:00. Arañando el tiempo y quizás siendo demasiado optimista me convencí que llegaría.

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  4. EN LOS DOMINIOS DE LA SERPIENTE DE CASCABEL

    Era un paisaje idílico. Las curvas de las verdes colinas en las que pastaban tranquilas las cabras descendían suavemente hasta el mar. En la cala, apenas el rumor de las olas en la orilla rompía el silencio. Las palmeras se balanceaban con la brisa como acariciando el cielo. El sol del amanecer arrancaba destellos de diamante en el horizonte. Paisaje de postal. La portada perfecta del catálogo más consumido en las agencias de viajes.

    Y entonces llegaron ellos. Con sus coches y sus gritos, con sus sombrillas de colores estridentes y sus neveras llenas de helados y cervezas, de bocadillos y latas de refresco cuyos restos, con un poco de suerte, se acumularían en las pocas papeleras que con tanto mimo se habían intentado integrar en el paisaje, tanto que a veces pasaban desapercibidas o eran directamente ignoradas por esos vándalos que jugaban a encestar y que cuando fallaban – que era la mayoría de las veces – no hacían el mínimo esfuerzo por recoger la basura que iban dejando a su paso.

    Los turistas, esos seres que se creen con derecho a invadir cualquier territorio y dejarlo arrasado a su paso, destrozando la naturaleza, despreciando cualquier derecho ajeno, de persona, animal o cosa son observados con sorpresa entre la maleza por el pequeño nativo de la isla.

    Cae la tarde. Poco a poco los extraños se van retirando y el silencio va retornando a la playa, hasta que el oído atento del pequeño aborigen vuelve a captar algunos sonidos. Es el momento de los auténticos habitantes de la playa. Con apenas un siseo la serpiente de cascabel desciende de la palmera, los cangrejos arañan la arena mojada en busca de alimento, las cacatúas saludan al sol que lentamente se hunde en el horizonte y las gaviotas se disputan las basuras para darse un festín con los restos de la jornada. Pequeños ratoncillos corretean también a la caza de un buen bocado, con un ojo en las delicias y el otro en todos esos depredadores con los que compiten por el botín.

    Otro sonido. Ahora es el rugido de sus tripas el que llama su atención. Tras todo un día de ausencia, la vuelta a casa es inevitable. Tenía ganas de aventuras y de ver el mar y lo ha conseguido. Recibirá una regañina pero tendrá una ración de comida caliente y un montón de imágenes y sonidos para recordar.

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