viernes, 6 de diciembre de 2013

06 DICIEMBRE 2013

Viernes, 6 de diciembre de 2013



1998Julio Anguita abandona el cargo de secretario general del PCE.
1994El juez Di Pietro, símbolo del proceso Manos limpias contra la corrupción en Italia, presenta su renuncia.
1992Más de la mitad de los suizos votan negativamente al ingreso de su país en el Espacio Económico Europeo.
1978Ratificación de la Constitución Española por referéndum.
1917Finlandia declara su independencia.
1914Los revolucionarios mexicanos Francisco Villa y Emiliano Zapata hacen su entrada en la capital de México.
1890Charles Robert Richet realiza la primera inyección sueroterapeútica en un hombre.
1870El arqueólogo Schliemann descubre las tumbas de Micenas.
1835Inauguración del Ateneo de Madrid, presidido por el duque Rivas.
1821En San Nicolás de los Arroyos se entroniza la imagen de San Nicolás de Bari como Santo Patrono de la ciudad.
1768Se publica la primera edición de la Enciclopedia Británica.
1534Sebastián de Benalcázar y Diego de Almagro fundan la ciudad de Santiago de Quito, actual capital de Ecuador.
35Primeros documentos guatemaltecos escritos de América en estelas de época Olmeca tardía.


¡¡¡¡ HOY ES FIESTA !!!! Por si no os habíais dado cuenta y os habéis levantado pronto... podéis volver a la cama.

¿Os acordáis del planfletillo de la foto de la entrada que enviaron por correo a todas las casas en el año 1978? Yo me acuerdo de él perfectamente. Años, estuvo rondando por todas las estanterías de la casa. Pues 35 años hace ya que tenemos constitución, si señor, así que habrá que celebrarlo como se merece... Lola, ¡un GinTonic!

Pero sea fiesta de guardar o día de diario o lo que sea, aquí están puntuales como un reloj suizo las cinco palabras de la semana:

MONTAÑA
TIERRA
SOLTERO
MUSEO
ROBAR

Hágase un movimiento de mano hacia arriba e inmediatamente después hacia adelante en forma de círculo o espiral, como apuntando a un punto imaginario del infinito y grite a todo pulmón: "¡¡¡ A JUGAR !!!"


4 comentarios:

  1. VOY A ROBARTE UN INSTANTE

    Aquí estoy de nuevo, enfrentándome a una hoja en blanco con el desasosiego típico del escritor al que le han abandonado las musas.
    Como el escalador que desde el campamento base de la montaña, divisa entre nieblas, ventiscas y vientos huracanados la cima y se percata de la dificultad de alcanzarla. Como un soltero que a los cincuenta intuye la complicación de encontrar a su media naranja. Como un niño al que le han robado su juguete más preciado.
    Esta es la situación de falta de imaginación en la que ahora me encuentro y que sinceramente no sé si podré superar.
    Lo que es cierto es que cualquier situación difícil, como esta, está sujeta a la ley del tiempo e indefectiblemente pasará, no durará toda la vida, y por ese motivo no hay que detenerse nunca.
    El tesón y la obligación me llevan a ponerme delante del teclado. Quizás de estas letras pueda salir mi historia más profunda, mi más íntimo yo, los retazos del alma que nunca muestro en público. El cuadro más personal que colgar en el museo de la vida. Porque sin duda podré caer en la decepción si llego a fallar en mi objetivo, pero estaría perdido si no lo hubiese llegado a intentar.
    No creo posible que este sea el texto que me lleve a la gloria, pero quizá han sido las pequeñas semillas que he ido plantando poco a poco las que sirvan para que se me recuerde en el futuro. Porque si todos los días llevas un puñado de tierra al mismo sitio, al final construirás una montaña.
    “Sigue, sigue, sigue... no desfallezcas. Solo así alcanzarás tu objetivo”. Es lo que repite mi mente una y otra vez cuando pasa el tiempo y sigo sin saber qué historia escribir con estas nuevas cinco malditas palabras.

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  2. AL SALIR DEL MUSEO

    Salíamos del museo, domingo lluvioso. El ambiente era húmedo, el olor a tierra mojada y el paisaje otoñal nos invadía. El frio llegaba poco a poco a la ciudad.
    Al llegar al café, todos estaban pidiendo un buen chocolate caliente para entrar en calor. Quitándonos los abrigos y bufandas comenzábamos a encontrarnos cómodos en esa tarde diferente.
    Era una cita de un grupo de singles, todos solteros, viudos, separados… edades variadas, perfiles diferentes con una idea común. Robar una tarde de domingo a la monotonía y conocer a gente. Hablar de arte, toros, viajes.. mirar a gente distinta que no tuviera nada que ver con uno mismo. Otras vidas, otros trabajos otras inquietudes. Enriquecer la vida ante tanta variedad.
    Así nos conocimos. Alberto es un actor de 45 años, soltero con grandes ojos negros con un aspecto cuidadosamente dejado, informal pero guapo siempre. Vaqueros, camiseta, abrigo negro y botas… nada más vernos algo nos hechizó. El interés surgió de una forma tan natural que parecía que ya nos conocíamos.
    No me considero una chica reservada, soy lo que soy. Pero ante desconocidos quizás la timidez se apodera de una. Mi amiga Berta y yo nos vimos en esta situación gracias a María, nos había apuntado sin saber nada. Nos fue guiando sin decir nada, manteniendo el secreto hasta la misma puerta del bar. En ese momento desapareció. Nuestra cara de sorpresa no desaparecía, pero quizás por todo eso, salió tan bien.
    Hoy Berta y yo tenemos grandes amigos de tertulia, de cien y de viajes de playa o de montaña. Y Alberto y yo somos capaces de compartir desde un cine y unas palomitas hasta una noche de pasión después de una hamburguesa. No hay peticiones, ordenes ni mandatos… todo surge de forma natural. Sabemos leernos cada gesto. Increíblemente puedes conectar con alguien, sin apenas conocerle. Hemos sido capaces de crear un mundo paralelo que compartimos cuando estamos juntos.

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  3. Nuestro museo

    Acabábamos de robar aquella botella de vino de casa de mis padres. Mi primo y yo corríamos montaña arriba, sin mirar atrás. No era la primera vez y seguro que no sería la última. Tropiezos, nervios, risas entrecortadas por la tensión y los resbalones por la tierra suelta del terreno empinado. Pequeños momentos que se recuerdan con una nitidez sorprendente.

    Apenas éramos poco más que quinceañeros y ya aprendíamos a disfrutar de los tres más grandes placeres de esta vida: el vino, las mujeres... y la complicidad.

    Casi podríamos guiar a ciegas a un escuadrón de la Legión española por los recovecos de aquel pinar hasta llegar al río donde las chicas acostumbraban a bañarse mientras se contaban confidencias. Habíamos localizado una roca, muy cerca de donde ellas guardaban sus ropas y sus toallas para secarse. Desde aquel estratégico lugar podíamos escuchar casi todo lo que se decían.

    Al principio nos quedábamos un poco más lejos, observándolas jugar y divertirse. Nos encantaban sus risas, sus chapoteos. En una época en la que aún no existían ni los videos por Internet ni las visitas interactivas, para nosotros aquello era el mejor museo del mundo. Verdaderas obras de arte en movimiento y con sonido Dolby Surround.

    Cuando pensábamos que iban a empezar a salir, nos acercábamos sigilosamente, con nuestra botella de vino en la mano, y nos sentábamos tras aquella enorme roca puntiaguda.

    Disfrutando de pequeños sorbos de aquel buen vino, reteníamos en la memoria todos sus gustos, sus aficiones y sus confidencias. Una información que luego usábamos para intentar cortejarlas, aunque con un éxito muy relativo, todo hay que decirlo. Siempre nos preguntábamos cómo era posible fracasar tanto sabiéndolo todo. Años más tarde llegamos a la conclusión de que uno nunca sabe cuando fiarse de las confidencias de una mujer.

    Quince años después de aquellas aventuras, mi primo Luis está felizmente casado con una de aquellas jóvenes. Yo, sin embargo, sigo soltero. En verdad mi primo siempre tuvo mejor oído y mejor memoria que yo.

    Moraleja 1: ¿son de fiar las confidencias de una mujer?
    Moraleja 2: ¿el vino nubla los sentidos?

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  4. ROBAR EL AMOR
    Robarle un beso a Elisa era toda una hazaña. Su padre era el terrateniente del lugar y cualquiera podía irle con el cuento. Elisa era la mayor de sus hijas y le había costado encontrar pareja. Sus dos hermanas pequeñas, mucho más alegres y apegadas a la vida social no habían tenido ningún problema en encontrar un par de muchachos de buena familia, con una posición establecida y ganas de casarse.
    Elisa tenía otros intereses. Su dedicación a la lectura y su afición por los museos no eran algo que muchos de los jóvenes que conocía compartieran. Hasta que llegó el nuevo maestro. Parecía el hombre perfecto. Educado, elegante, de conversación amena, sentido del humor inteligente, puesto de trabajo fijo y un físico que quitaba el sentido. Como parte de las fuerzas vivas del pueblo, Arturo frecuentaba el Casino, donde conoció al padre de Elisa y entabló con él una amistosa relación basada en su común afición a la caza, algo muy común por aquellas tierras. Una tarde, tras una gran jornada en la que abatieron dos jabalíes, Arturo, junto al resto de participantes en la batida fue invitado a pasarse por la hacienda de Don José, donde tuvo oportunidad de olvidar el frío que habían pasado en la montaña dando buena cuenta del coñac de 15 años con el que les obsequió, y deleitarse con una larga conversación sobre la comedia francesa con Elisa.
    Desde aquel día, con conocimiento y consentimiento de su padre, habían paseado por la alameda, compartido chocolate con churros en el café de la plaza, visitado el museo de la capital e intercambiado libros y poemas. Arturo quería más, pero Elisa era reacia a permitirle disfrutar de sus encantos. Algún beso furtivo y un leve magreo era todo lo que había conseguido avanzar en los seis meses de relación que llevaban.
    Durante las fiestas del patrón, Arturo creyó ver una oportunidad. Elisa estaba muy guapa con su vestido de flores, algo más escotado y más corto de lo habitual. La primavera y el amor habían ido cambiando su forma de vestir, de peinarse. Se reía más y hasta se pintaba los labios de un rojo atrevido, algo impensable antes de su llegada.
    A esas alturas del verano, el atardecer atenuaba pero no evitaba el calor por completo. Mientras don José atendía a los familiares que habían venido a pasar los días de feria, Elisa sólo tenía ojos para Arturo. El ribeiro fresco entraba como el agua y la orquesta tocaba pasodoble tras pasodoble. Elisa descubrió que le gustaba el vino y le gustaba bailar. Cuando llegaron los boleros Arturo ya le besaba el cuello, le susurraba palabras de amor al oído, la abrazaba cada vez más fuerte, venciendo su resistencia y su miedo al quédirán. Estaba enamorada, relajada, contenta. Cerraba los ojos imaginando que no había nadie, dejando al resto fuera de ese mundo perfecto que formaban ellos dos.
    De repente, en mitad de “Dos gardenias” la música se detuvo bruscamente. A abrir los ojos observó a su padre que se acercaba como un miura, los ojos desorbitados, agitando el bastón. El alcohol la hizo tambalearse un poco cuando se soltó de Arturo, que de espaldas, ajeno a lo que se le venía encima, apenas empezó a reaccionar al oír los gritos de “¡¡¡Canalla, hijoputa, cabróoon!!!”, a tiempo de volverse para recibir una somanta de palos de parte de Don José. Tras el pasmo inicial, llegaron corriendo los familiares del terrateniente, los únicos que se atrevieron a separarle de su víctima, que malherido y sangrando, al ver a los que le rodeaban salió huyendo como alma que lleva el diablo.
    A Elisa la cabeza le daba vueltas, no entendía lo que estaba pasando, no estaba acostumbrada a beber, ni a tanta violencia y, como correspondía a las señoritas bien de la época, se desmayó.
    Cuando se despertó al día siguiente, con náuseas y un tremendo dolor de cabeza, sus hermanas fueron las encargadas de darle la mala noticia. Arturo no estaba soltero. Sus primos lejanos le conocían desde hacía años. Tenía una esposa y tres hijos en Murcia, de donde eran ellos y de donde se había largado a toda prisa cuando se enteró de que había dejado embarazada a una de sus vecinas.

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