miércoles, 24 de julio de 2013

16 AGOSTO 2013

Viernes, 16 de Agosto de 2013




1993Ian Murdock anucia mediante un correo electrónico la Distribución Linux de Debian.
1985Botín de más de 1.000 millones de pesetas en el atraco, por el procedimiento del butrón (agujero en paredes o suelos), a la central del Banco Hispano Americano en Barcelona.
1918se crean los dos primeros Parques Nacionales españoles: el de Peña Santa (en Covadonga, Asturias) y el de Ordesa (en el Pirineo oscense).
1917se consigue en Virginia la primera comunicación inalámbrica y radiofónica entre un avión y la estación en tierra, así como entre dos aviones.
1917India y Pakistán se independizan del imperio británico, que les concede el estatuto de Estados Independientes Asociados a la Commonwealth.
1908Se autoriza que las mujeres estudien en la Universidad.
1863Inicia la Guerra de Restauración, con la que se proclama el retorno de la soberanía Dominicana frente a la anexión a España del 18 de marzo de 1861. Concluye en 1865.
1812En la Plaza Mayor de Madrid se proclama la Constitución promulgada por las Cortes de Cádiz.
1097Casamiento en Huesca del rey Pedro I de Aragón con su segunda esposa Berta.

Pues señores y señoras, se acabó lo bueno. Toca volver a la cruda realidad, pero ni mucho menos hay que bajar el ánimo y por eso, empezamos con otras cinco nuevas palabras:

MONÓLOGO
INTERNAR
OCHO
FACULTAD
BILLAR

No parecen complicadas, a mi se me ocurren ya un par de historias :-D

11 comentarios:

  1. CONTAR HASTA OCHO

    Uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho, mambo!
    Ocho pasos, un saltito, giro de 180 grados y vuelta a empezar
    Uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho, mambo!.

    No era ni mucho menos discreto pero nadie parecía prestarle atención. Le acababan de internar y ya formaba parte del ejército de solitarios que poblaban el patio.

    Aquí la que acunaba un zapato. Unos metros más allá, el que mantenía una bronca disputa con su sombra. Sentados en un banco un par de ancianos que nunca se separaban, pero mantenían sendos animados monólogos sin intercambiar ni una mirada y que enmudecian si alguien les dirigía la palabra. No eran capaces de mantener una conversación.

    El joven doctor los observaba con ojos brillantes. Recién salido de la facultad, había conseguido un contrato de prácticas en este centro psiquiátrico, el de más reputación de la Comunidad, y pensaba aprovechar la oportunidad. Atrás quedaban las noches de farra, las tardes de billar, las interminables partidas de poker, las discotecas entre semana y las continuas mañanas de resaca en que había entretenido el verano del año pasado.

    Era el momento de demostrar que era un profesional. Trabajarla con ahínco para que su padre se sintiera orgulloso de él o al menos se encontrase lo mejor posible. Ese ingeniero tan premiado y reconocido entre sus colegas al que no había dejado de admirar y querer aunque ahora se dedicase sin descanso a medir con sus pasos el patio del manicomio.

    Uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho, mambo!

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  2. OCHO PAR....O LOS PELIGROS DE JUGAR AL BILLAR.

    Noté un roce, apenas imperceptible, sobre mi pierna. Fue un gesto voluntario, lo supe en cuanto ocurrió, porque llevaba ya un buen rato atento a todos sus movimientos; a cómo pestañeaba mientras miraba al artista, a cada cruce de piernas que realizaba, a cómo su pecho aumentaba de tamaño con cada nueva inspiración, no me había perdido ni tan sólo una de sus sonrisas. A un aliento de distancia, me resultaba imposible concentrarme en aquel estúpido monólogo que mantenía para sí mismo ese ególatra y engreído que nos acompañaba. Éramos cuatro y yo sólo notaba su aroma, su respiración, la cual presentía tan agitada como la mía. Impensable prestar atención a otra cosa que no fueran sus piernas o su generoso escote.

    Era evidente que sabía que la miraba. Y ese gesto, ese pequeño detalle, ese simple contacto, era la señal, el banderazo de salida. Con ello encendía la mecha que yo necesitaba. Lo que ninguno de los dos sabíamos en ese momento, era como una chispa tan pequeña podía desatar una explosión tan devastadora en la vida de dos personas… y sus familias.

    Carecía de la facultad para controlar ese aspecto, sólo estaba pendiente de cada señal, no era capaz de reflexionar sobre las consecuencias, sólo pensaba en la oportunidad de explorar, conocer, una latente necesidad de internarme en su mundo, en lo desconocido, sólo se trataba de dar ese último paso. Tenía la señal, tenía que lanzarme, la carambola estaba esperando, una partida de billar, francés, tal vez español, pero billar al fin y al cabo.

    Giré la cabeza decididamente para mirarla y sonreí mientras la retiraba el travieso mechón de pelo que la caía una y otra vez sobre la cara. Intenté colocárselo detrás de la oreja, era un doble acto, una doble intención, tratar de controlar el rebelde mechón a la vez que acariciaba su oreja y calmaba mis deseos de tocar su piel.

    Noté como al roce de mis dedos sus ojos se entornaron y la piel de su cuello se erizó. Un leve suspiro, apenas perceptible, menos aún para nuestros acompañantes a los que observaba de reojo y que seguían absortos en el consabido discurso. La maniobra en realidad era una pretensión para someter esa insolencia que la caracterizaba, propia de su edad, los ocho años de diferencia establecían un sugestivo dengue. Tal vez no era sólo fruto de su juventud y sí de su particular naturaleza, esa aparente indiferencia ante los actos ajenos había sido derrotada por mi gesto, un inocente intento de continuar sus señales la había desarmado, su respiración seguía agitada. Había conseguido mi carambola.

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  3. La mesa de billar
    Era mi cumpleaños. La verdad es que soy un desastre pienso “no voy a celebrarlo” pero siempre pasa algo que me hace ser espontaneo y termino celebrando y más de una vez esta fiesta.
    Al salir de casa ya me iba con un montón de besos en el cuerpo. Día especial, besos especiales. El ocho, siempre ha sido mi número, quizás por ser el día de mi cumple, quizás por obsesión. Pero me ha acompañado siempre. Era 8 del Agosto, como ya habéis advertido, mi cumpleaños. Feliz y con cara de tonto me dirijo al Capitán, el centro de operaciones donde nos juntamos todos los amigos desde hace tanto tiempo que ni recuerdo la primera vez que entramos a tomar algo.
    En este local se han celebrado tantas cosas, no solo cumpleaños, es el punto de reunión por defecto donde siempre encuentras un amigo para tomar una cerveza y jugar un billar. No hacen falta discursos ni monólogos donde contar qué pasa. Nos reunimos y sin palabras encuentras la razón, si ha sido un día terrible por la monotonía o alegre y de celebración si hay buenas noticias. Aquí nos transformamos, es como si el lugar tuviera la facultad de proporcionarnos sin más la solución.
    Al entrar en el local, no había nadie. Me dirijo a la barra, saludo con la mirada y pido una cerveza. Con mi cerveza en la mano, dirijo mis pasos hacia la sala de billar. No había nadie, era sorprendente porque ya era tarde para tanta soledad. En la mesa una caja preciosa con un ocho dibujado a lo largo de ella, algo escondía. La curiosidad lo puede todo, así que cuando estoy abriéndola, y viendo su contenido aparecen mis amigos por detrás dispuestos a sorprenderme. Comienza la música y entre abrazos, sorpresas y besos con mi nuevo palo, comenzamos a jugar.
    Y así nos internamos en el ambiente que siempre encontramos en este lugar.

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  4. El jugador de billar
    Comenzó como siempre ese monólogo tan típico de las personas, porque yo porque yo… esa forma de justificar el porqué de los comportamientos habituales que tenemos, que a veces son acertados y por el contrario a veces son todo lo contrario, y hacemos daño sin querer o ninguneamos a quien queremos demasiado.
    Intenté escuchar y asimilar todos esos reproches hasta que me agoté y comencé a internarme en el mundo del absurdo que tengo como mi guarida. Donde esconderme para no dejar entrar nada que pueda significar un fin de algo. Un sueño, una amistad…
    En ese mundo soy capaz de imaginar cualquier cosa, de repente puedo ser un estupendo jugador de billar que con su talento conquista el mundo y al mundo cada noche con esa facultad de los buenos jugadores, de prever la jugada, de solo con la mirada expresar el control del juego y del ambiente. La táctica del bueno jugador que se extiende de la mesa al local entero. Siendo capaz de saber quién está interesado en mi juego y quien en mí mismo.
    Creo que ha pasado demasiado tiempo cuento hasta ocho como si estuviera despertándome de una terapia de hipnosis para poder volver al hoy, al ahora.
    Me levanto doy un fuerte abrazo y digo, perdona!!

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  5. CAMPEONATO DE BILLAR

    La final del campeonato mundial de billar de la WPA estaba siendo un auténtico monólogo. Desde el arranque de la partida había conseguido embocar una tras otra las siete bolas rayadas que le habían tocado en suerte.
    Tenía la extraordinaria facultad de concentrarse en los momentos de mayor tensión de la partida, aunque el público aplaudiese enfervorizado o aunque el rival le clavase una mirada asesina en la nuca que helaría la sangre al más pintado. Ahora era ese momento, había elegido la tronera central derecha para tratar de embocar la bola ocho y hacerse con el cetro mundial.
    El juez pidió el silencio que requería el momento y el nerviosismo de la sala le llegó por primera vez en su vida a los músculos y tendones de su brazo derecho, haciendo dudar un par de veces antes del golpeo. Con un movimiento certero, el taco golpeó la bola blanca, que realizó un efecto casi imposible para carambolear a su vez con la bola negra y hacer que esta arrancase casi de forma teledirigida hacía la oscura tronera elegida.
    Cerró los ojos y escuchó el murmullo del público esperando el sonido sordo del caer de la bola contra el fondo del agujero, pero lo único que escuchó fue el sonoro "¡¡¡oooohh!!!" de decepción que le hizo abrir los ojos e hincar las rodillas en la moqueta del salón cuando le fallaron las fuerzas de las piernas.
    Fue incapaz de terminar la partida. Perdió el título mundial.
    Desde ese día tuvo que ser internado en el pabellón de psiquiatría. Sentado en una silla de ruedas, no volvió a articular palabra alguna, no volvió a tener la capacidad suficiente de relación con el mundo que le rodeaba pues su mente estaba ocupada al cien por cien en recrear una y otra vez el golpe fallido.

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  6. El bar de al lado de la facultad
    La de años que hacía que no me acercaba por aquí, la madre que me parió. El bar de al lado de la facultad.
    Cuántos recuerdos entre estas cuatro paredes. Internarte en esa densa nube de humo de mil cigarros. Ir de grupo en grupo con un tercio en la mano saludando, comentando, riendo. El borracho del fondo de la barra con su perpetuo monólogo ininteligible, ya le está dando la tabarra a algún despistao. La chica al fondo, vacilando a los que juegan al billar y por poco todo acaba en una pelea de ocho o más personas. Los vítores de un grupo aquí y allá cuando aparece por la puerta el colega retrasado. Encima de los sofás, las montañas de apuntes y cazadoras, esas cazadoras vaqueras que no se han vuelto a ver en Madrid desde ni se sabe cuánto tiempo.
    Recuerdos felices, me digo mientras entro en el local. Solo que ahora el local no es un famoso bar de copas, sino una sucursal bancaria. Qué ironía, pienso mientras pregunto por el director, con el que había quedado un par de días antes “Vente a la ‘sucur’ cuando tengas un hueco, y así firmamos los papeles en un pispas”. Joder cómo pasa el tiempo, refunfuño mientras ojeo un folleto del nuevo plan de pensiones, que por cierto tiene bastante buena pinta…

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  7. INTERNATE EN MI MENTE

    Era sin duda uno de los momentos más difíciles en su carrera de psicólogo, pero lo afrontaba como un reto. Volvía un día tras otro estar delante de Antonio, que siempre estaba acurrucado en su cama del hospital psiquiátrico, desde donde apenas se había movido desde que le internaron hacía ya casi ocho años.

    Hacía meses que había accedido a tratar al enfermo más complicado, y desde hacía meses trataba, infructuosamente de socabar alguna información de los largos monólogos que Antonio le regalaba en cada una de sus visitas. Palabras inconexas, sin ningún sentido. Como quien selecciona palabras al azar de las páginas de un diccionario. Como quien utiliza palabras aleatorias para escribir un relato.

    Pero hoy era distinto. Se encontró a Antonio sentado en su cama. Él hizo lo mismo utilizando la única silla de la habitación, sentándose al revés, de tal forma que el respaldo le servía para apoyar sus brazos cruzados. Más de media hora se observaron los dos, escrutando sus miradas, analizando sus pupilas. Cuando, por sorpresa, Antonio, con el lenguaje más coherente que jamás había escuchado en todo el tiempo, le pregunto en apenas un susurro:

    - Vienes a verme a menudo. Tienes miedo de algo... ¿De qué?

    Trató de mantener una conversación, pero Antonio volvió a su mundo interior, a sus alucinaciones, y no consiguió escuchar ninguna otra frase coherente de sus labios.

    Pasó el tiempo estipulado de su consulta y regesó a casa. Con la frase martilleando aun su cerebro. Como el sonido eléctrico del golpeo de dos bolas de billar en una carambola, las palabras se repetían en su mente: "¿de qué tengo miedo?".

    Al principio la respuesta era muy sencilla: "que tontería, no tengo miedo de nada", pero acostado en la cama, con su mujer al lado durmiendo tranquilamente, empezó a tener respuestas. "Sí tengo miedo a las arañas, a las serpientes, a perder el trabajo, a perder la familia, a una enfermedad mortal, ...". Se dió cuenta que realmente que su vida era un mar de miedos y que todos ellos tenían la facultad de no dejarle dormir, al menos esa noche.

    Al día siguiente, volvió a visitar a Antonio, y como el día anterior le encontró sentado en la cama. Sin perder apenas tiempo, se sentó junto a él y le dijo:

    - Sí tengo miedo.
    - ¿A qué?
    - A cosas que me pueden pasar.
    - ¿Qué te pueden pasar? pero no te pasan. Entonces es que puedes ver el futuro.
    - No, claro que no puedo ver el futuro.
    - Entonces lo que se te está pasando es la vida. A mi ya no me puedes ayudar, así que ayúdate a ti mismo y vive tu vida... No puedes estar aquí, conmigo, perdiendola un día tras otro y teniendo miedos que sólo están en tu imaginación.

    Después de esto, Antonio volvió a perder la mirada y volvió repetrir las mismas frases inconexas a las que le tenía acostumbrado.

    Sin mediar ni una sola palabra, le abrazó y se dió cuenta que si en lugar de vivir la vida que tenía, de disfrutarla, vivía sus miedos, terminaría siendo un Antonio más, acostado en su camastro, en posición fetal, balbuceando sonidos incoherente.

    Salió del hospital con la intención de buscar a su mujer, besarla apasionadamente y salir juntos a cenar.

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  8. ESTUDIANTE A LAS OCHO

    No le gustaba estudiar. Mucho menos madrugar.

    - Al idiota del profesor se le ha ocurrido poner la clase a las ocho de la mañana

    Enfadado con el mundo, su monólogo era más bien un cabreado soliloquio
    .
    - ¡Pero este tío de qué va! Se ve que él tiene el trabajo cerca de casa. No como yo que tengo que coger dos autobuses para llegar a la facultad. Me levanto de noche y no tengo tiempo ni de desayunar como Dios manda. Tan temprano, los faros del bus tienen que ir despertando a las calles. Sólo se ven estudiantes y barrenderos. Sus clases son aburridísimas. Todos estamos medio dormidos, pero él parece que ni se entera. A mí lo que me gusta es jugar al billar con mis amigos, aunque no a estas horas, que son para dormir, soñar y olvidarse del mundo. Pero no tengo más remedio que asistir a esta maldita clase. Mis padres quieren que tenga una carrera. ¡Para lo que me va a servir! Ya he llegado. En fin… entremos.

    Con paso cansino se internó por los pasillos de la facultad murmurando.

    - A ver con qué va a aburrirnos hoy este tío.

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  9. INTERNAR AL DRAMATURGO


    Dramaturgo. Sonaba bien. Su vida era un drama y la palabra le venía como anillo al dedo. Así, además, le llamaban sus compañeros. Eran ocho. "Eh!, dramaturgo!. Ven con nosotros a dar una vuelta!". También sus vigilantes se lo decían: "vamos, dramaturgo, a la cama, que ya es hora de acostarse".
    Él nunca les hacía caso. Ni a unos, ni a otros. A los primeros, menos porque sus métodos eran menos expeditivos. Ellos no les echaban chorros de agua fría, ni corrientes eléctricas. Pero, para él, todos eran iguales.
    Su vida era una rutina,.Pasaba las horas escribiendo sus guiones. Mientras los compañeros paseaban y paseaban sin ir a ningún sitio, él se iba a una esquina del patio a escribir sus historias. Ya tenía todos los personajes perfilados. Los tenía a todos en su cabeza. A veces, sólo a veces, oía algunas voces que le decían los diálogos. Y él los escribía. No estaba lñoco. Lo tenía todo bien planificado en su cabeza. Todo lo que decía cada uno. Esa era una facilidad que le venía de atrás. De sus tiempos de estudiante en la Facultad de Derecho y luego, más tarde, en la Escuela de Arte Dramático. Él era, desde luego, un dramaturgo. Le gustaba recrearse en la palabra. Sonaba bien.
    Eran todos personajes salidos de su imaginación. ¡Eso nadie se lo iba a quitar! porque Él, al menos, tenía la libertad de imaginar lo que decían y hacían sus personajes. Otra cosa no, pero imaginación tenía y ¡mucha!. La pena es que no se lo valoraran. Le faltaba un editor y mientras permanecieraahí era imposible encontrarlo. No tenía libertad de movimientos en ese espacio cerrado. Le había avisado su mujer hace tiempo, ahora ya era su ex mujer, maldita mujer. "Si sigues todo el día encerrado en tu despacho escribiendo tonterías te voy a encerrar. Te voy a internar pero en otro sitio, del que no vas a salir. Para que puedas escribir todo el tiempo que quieras". Eso le había dicho y había hecho. Una cosa tenía que reconocerle: su ex siempre cumplía lo que prometía.
    Le había internado en un hospital -según la denominación de los médicos y enfermeras que pululaban por los pasillos- o en un psiquiátrico como lo llamaba él porque había que decir las cosas por su nombre y eso era: un manicomio.
    La palabra lo definía mejor. Ahí todo eran monólogos: "haz esto, haz lo otro". No eran conversaciones. Nadie le escuchaba y, si lo hacían, se limitaban a contestarle:" sí, sí, tienes razón. ¿Has tomado ya todas las pastillas?".
    Él sólo quería ser dramaturgo. Su vida era un drama y además sonaba bien.
    En el hospital/psiquiátrico no tenía nada que hacer en todo el día. Sólo dar vueltas sin sentido por un patio; tomar el sol -cuando salía- y jugar una partida o dos o tres...al billar.
    Él sólo quería ser dramaturgo.

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  10. OCHO AÑOS DE INTERNAMIENTO

    "Con todos mis respetos, Señoría. Está usted cometiendo un grave error", repetía el delincuente, con las ínfulas que conservaba de su antaño cargo de concejal de Urbanismo.
    Habían transcurrido más de ocho horas de deliberación del tribunal, ocho meses después de que se iniciara el proceso y ocho años más tarde de que iniciaran sus peculiares actuaciones en Marbella. La Policía Judicial había entrado a saco en su despacho municipal y había arrasado con todos sus documentos y ordenadores. No habían dejado nada al azar. Se habían llevado incluso su móvil personal.
    Fue una vergüenza para él que su entorno más cercano lo viera por televisión, esposado, mientras era introducido en un furgón policial y se llevaban sus pertenencias en varias cajas numeradas. ¡Él, que hacía apenas ocho años había sido el concejal de Seguridad y tenía a la Justicia comiendo de su mano!.
    Se enfrentaba a una severa condena. La acusación popular -en nombre de no sé qué asociación recién creada- hablaba de chanchullos, sobornos y no sé cuántas barbaridades más y le pedían una burrada de años de cárcel.
    Le hubiera gustado matarles, uno a uno, con un palo de billar. Como había hecho aquel traficante de drogas con su "camello", tal y como le había descrito con pelos y señales en las largas e intensas conversaciones que había compartido con él en el calabozo, primero, y en el patio de la prisión, después.
    Tenía que convencer al tribunal como fuera de su inocencia. Había intentado trasladar al ánimo de los magistrados su alegato de defensa, pero los periodistas se habían encargado de transmitir a la opinión publica una imagen que no era la suya verdadera. Le habían definido como un hombre despiadado, sin escrúpulos, cuando él sólo era la sombra del alcalde. No llegaba ni a la suela de sus zapatos. Él no tenía su facilidad para comprar voluntades a su antojo. Se había visto en el resultado que había tenido con este tribunal. Es decir, ninguno.
    Los jueces parecían implacables. Desde la facultad que les otorgaba su rango de autoridad iban a decidir su destino. Y éste ya estaba escrito:
    "debemos condenarle y le condenamos a ocho años de reclusión por malversación de caudales públicos y blanqueo de capitales", le habían comunicado. No le habían dejado replicar a la fiscal. Su juicio había sido una pantomima. Iba a despedir a su abogado. Por inepto. Apenas había rebatido a las acusaciones y cada vez que tomaba la palabra era más para lucimiento de su figura ante las cámaras que en favor de su excarcelación. Era todo un artista haciendo monólogos, pero de Derecho sabía bien poco.
    Ahora iba de vuelta desde la Audiencia hasta la cárcel de Alhaurín de la Torre. Al menos le quedaba la tranquilidad de saber que los que "le habían vendido" se habían sentado con él en el banquillo. Sus penas oscilaban entre los 2 y los 11 años de prisión. Al menos los fotógrafos se distraían buscando a los delincuentes famosos; aquéllos que salían en las revistas del corazón. A él ya no le prestaban atención. Sólo era un ex concejal de Seguridad, un ex edil de Urbanismo que ni siquiera había tenido el coraje de acabar con sus rivales políticos ni verbalmente, ni a golpes de billar.

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  11. EL MONÓLOGO

    Tengo ocho dedos que cuento con mis dos manos (uno, dos, tres...hasta ocho).
    Tengo una cabeza más pelada que una bola de billar.
    Tengo, tengo, tengo. Tú no tienes nada, tengo tres ovejas en una cabaña. Una me da leche, otra me da lana y otra mantequilla para toda la semana.
    Ahí vienen otra vez las camareras. Me hago el dormido. Apago la luz.
    Tienen la facultad de estropearlo todo siempre.
    Ahora que me venía la inspiración no me dejan acabar. Me he vuelto a quedar a medias.
    "Ya está el de la habitación 202 con sus monólogos....Él muy pesao!", les oigo criticarme a mi espalda. Pero no les puedo contestar porque tengo que fingir que estoy dormido.
    A ver si se van de una vez y me dejan solo.
    Estoy en un hotel. No sé de cuántas estrellas. Mi familia me dejó en la puerta. Me habían avisado que lo harían por las buenas o por las malas.Un señor de bata blanca, muy amable, me explicó que me iban a incapacitar. Eso al menos le entendí, porque eran todo palabras muy técnicas. A mí me da igual. Se creen que no me doy cuenta que me querían internar. Así no les aguanto. Esto es como un hotel. Me hacen hasta la cama. Como caliente y sólo me molesta cuando a veces entran las camareras -ellas dicen que son enfermeras, pero yo sé que me engañan- y me tengo que hacer el dormido.
    A ver donde había quedado: A empezar desde el principio. Ah!, si!. Tengo, tengo, tengo. Tú no tienes nada, tengo tres ovejas en una cabaña...

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