lunes, 6 de julio de 2015

03 JULIO 2015

Viernes, 3 de julio de 2.015
[San Anatolio de Laodicea, San Anatolio de Constantinopla, San Dato, San Felipe Phan Van Minh, San Geldunio abad, San Guntier, San Heliodoro de Altino, San Ireneo de Chiusi, San José Nguyen Dình Uyên, San León II papa, San Marcos de Mesia, San Memnón de Bizia, San Muciano de Mesia, Santa Mustiola de Chiusi, San Raimundo Gayrard, Santo Tomás]



200643 personas mueren en un accidente en el metro de Valencia y 150 pasajeros son evacuados.
2004El secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, es reelegido con el 95% de los delegados en el congreso federal de su partido.
1990Bielorrusia se independiza de la Unión Soviética.
1976Adolfo Suárez es nombrado presidente.
1898España pierde Cuba tras ser derrotada en la bahía de Santiago la escuadra de seis barcos dirigida por el almirante Cervera. Murieron 323 españoles.
1866El ejército prusiano derrota a los austríacos en la batalla de Sadowa, en el marco de la Guerra de las Siete Semanas.
1808Napoleón Bonaparte cede los reinos de España e Indias a su hermano José.
1702Guerra de Sucesión. Austria, partidaria del Archiduque Carlos, declara la guerra a Francia y España, partidarias de Felipe de Anjou.


Se que esto no tiene ninguna excusa ni perdón de Dios, pero al menos que sirva en mi descargo que este pedazo de calor a mi me deja absolutamente "aplatanado".

APLATANADO... que bonita definición. Según la RAE significa: "Indolente, inactivo.", pero creo que el significado es mucho más rico. Seguro que todos tenemos en mente mil momentos en los que nos hemos sentido auténticamente aplatanados. Recordad alguna y escribidla... animaros.

Así que sin más, en la entrada del que debería haber sido el viernes, tenemos estas cinco nuevas veraniegas palabrillas:

TRABAJO
VALIENTE
PERPETUO
MARRÓN
SOFOCÓN

Adelante, escritores!!!

3 comentarios:

  1. LA NOCHE PERPETUA
    -¿Ésta es tu abuela?
    - Si
    - Qué guapa es ¿Y qué le pasa?
    - Tiene Alfreimer
    - ¿Alfreimer? ¿Y eso qué es?
    - No sé. Está ahí todo el día y por la noche la llevan a la cama.
    -¡Uy! ¡Está sonriendo!
    - Mi abuelo dice que no puede ser, pero mi madre dice que sí, que por dentro la abuela sueña que baila.
    Las niñas observan con atención durante unos instantes a la anciana del sillón hasta que la televisión las llama a gritos y las aduce sin remedio. Quizá, solo quizá, si hubieran permanecido al lado de la mujer, hubieran podido oír la música, esa música que suena sin detenerse en el interior de Laelia y que le hace bailar, bailar noche tras noche en el centro de la pista del mejor night club de La Habana.
    Cuando Laelia baja las escaleras todo menos la orquesta se detiene. Tiene la piel del color de la seda que tiene el color del caramelo, y la cubre con un ligero vestido rojo, largo, que deja la espalda al descubierto. Toda la espalda. Sus caderas son el juez que decide los destinos, y el resto del cuerpo, ese cuerpo caliente, tropical, augura promesas que solo un hombre podrá cumplir. Al pie de la escalera, un mulato divino, dulce como la guayaba, la espera, besa su mano, los otros hombres salivan, la orquesta se enaltece, y Elmo El Gato conduce a Laelia, la orquídea, hasta el centro de la pista de baile. Y empiezan a bailar.
    Pero no: Laelia y El Gato no bailan, lo que hacen en la pista es amarse con la desesperación del que no tendrá un mañana. La brisa llega cálida desde la playa solo por rozarse contra el cuerpo de la mujer que, de la mano de El Gato, gira y se cimbrea sin medida. Sin pudor. El hombre la agita, la agarra, la mueve y la sacude, se aprieta contra ella y el aire debe dar un rodeo porque entre sus cuerpos no cabe. No cabe. La cintura de Laelia es un volcán de ritmos y fuego, y la lava se expande por el club, ígnea, y la temperatura sube, se dispara, los hombres y mujeres se contagian del ardor que penetra hasta el alma, bailan, se agitan, se agarran y sacuden, los labios muerden, las manos atrapan, todos los órganos se estremecen, y un furor caliente les recorre la espalda. Y bailan, y se rinden y se entregan a un sofocón de ritmo que arde en la orquesta, los timbales que golpean, las trompetas que vibran, sudor caliente y ritmo que abrasa, abrasa, las almas, los cuerpos, las lenguas se funden y la luna, acalorada, interrumpe su giro para gozar la escena. Nadie dejará de bailar esa noche. Ni ninguna otra.
    Cuando Laelia descubre que en unos meses no podrá seguir bailando, Elmo El Gato, dulce como la guayaba, desaparece. Para siempre. De la mano de un hombre valiente, con un trabajo fijo en una embajada, un traje marrón, y la promesa de tratar a esa pequeña semilla como si fuera suya, Laelia abandona su isla que se convulsiona en la revolución, su familia, sus raíces, sus noches sabrosas de sudor y deseo, y cruza el mar para asentarse en un país cualquiera, donde hace frío en invierno y también en verano, donde bailar es algo optativo y casi siempre ridículo, y donde una orquídea desentona y resulta inadecuada. Así, Laelia, la flor cubana, se marchita en el interior de una casa lujosa y fría, y le da dos hijas más al hombre valiente de traje marrón. Pero cada vez se resiste menos a recordar aquellos bailes, aquellos sones, aquellos ritmos de azúcar y sal, aromas de ron y vainilla, llamaradas que resbalan por su piel del color de la seda del color del caramelo, y sacuden, sacuden… Hasta que el recuerdo desplaza la realidad y Laelia se convierte solo en eso, en recuerdo, y baja las escaleras del club una y otra vez en un bucle perpetuo, donde siempre está al pie de la escalera la sonrisa dulce de Elmo El Gato, esperándola, para bailar, bailar como posesos. Sus caderas vuelven entonces a decidir destinos y su espalda siente de nuevo el sudor que la recorre.
    Y cuando la noche se acaba, la noche vuelve a empezar.
    Y entonces, Laelia sonríe.

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    1. Qué bonito, y triste, y tierno, y conmovedor, y dulce... Que TODO!!

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    2. Muy bueno!! Has probado alguna vez una guayaba?

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